¿Soñando despierta?

Cuento final


Todo transcurrió como un día normal de mi vida, un día más. Pensaba qué será de mi futuro… algo hasta ese momento muy incierto. Sentada en mi lugar de trabajo, veía a la gente caminar, cada uno con su vida y sus problemas, sus emociones y felicidades, y yo ahí sentada sin acción alguna, viendo la vida pasar.

De repente una sensación psicotrópica capturó mi mente. Algo extraño que nunca antes había experimentado, un estado de éxtasis completo. Tuve una lluvia de ideas increíbles. Miré al techo absorta, y vi en el la viva imagen de un Pollock.

No supe cómo, pero en ese preciso momento, comprendí el significado del arte. Ahí, con mis ojos mirando ese techo blanco, mi mente se llenaba con las pinceladas de un cuadro abstracto que casi parecía vivo… y me sentí parte de él.

Esa era mi vida ahora, era yo, era el techo, era la gente que pasaba de prisa, eran sus problemas, eran mis ojos, era todo por separado y a la vez. Vino a mi mente una idea, que el mundo que estaba acostumbrada a ver a diario no existía, sólo era yo, y yo, era todo lo que conocía.

De repente y sin saber cómo, me encontraba en la calle en donde crecí. Cuanto había cambiado, pocos rastros quedaban del tranquilo ambiente que arropó incontables jornadas de juegos, de risas, de llantos… de niñez. Emergieron del suelo como llamas voraces, pinceladas de colores representando lo que alguna vez fue.

Aquel semáforo dio paso al majestuoso árbol bajo cuya sombra solíamos descansar, sus ramas, sus hojas, sus raíces, todo estaba allí. A su lado, el edificio de oficinas volvió a ser la casa en donde vivía la primera persona de quien me enamoré. Nunca olvidaré como cada vez que pasaba por ese lugar solía mirar con la ilusión de que estuviese allí, un solo saludo era suficiente para despertar en mí un nerviosismo que no creo haber vuelto a sentir.

Todas las formas de aquella época estaban, con colores tan vivos que sentí quemaban mis ojos. No pude evitar mirar hacia donde alguna vez estuvo mi casa, el ahora restaurante desapareció para dar paso al lugar donde pasé los mejores años de mi vida, de pronto la puerta se abrió.

La puerta abierta, el tiempo manso, la duda, la ironía tardía y los incontrolables pensamientos hacían de cada minuto una sucesión temporal atroz. Pollock y su expresionismo abstracto me resultaron ajenos, tanto como la casa y su elemental contexto. Ese abrupto quehacer en mi infancia había trastocado la escasa dosis de cordura con la que transitaba los días de aquel diciembre.

Fútil era un término que recurría en mi química cerebral. Dejé de soportar la melancolía como si se tratara de una pobre obra de teatro en la que me había visto obligada a actuar. No comprendía lo que pensaba. Entonces mis ojos se posaron en su figura esbelta por milésimas de segundos.

Volví a sentir esa exaltación que no sentía hacía tantos años. Pasaron muchas cosas por mi cabeza en tan poco tiempo. No sabía si esconderme. Por un lado no quería que me viera, y por el otro, estaba disfrutando de la sensación que me causaba ver todo esto otra vez. Quedé paralizada unos instantes.

Seguía en mis recuerdos, y una bella y singular sensación recorría todo mi cuerpo. No quería dejar de sentir esto que había estado tanto tiempo dormido. Entonces todo volvió a la normalidad. Una vez más estaba sentada en mi lugar de trabajo. Suspiré un poco desilusionada.

Fue una de esas fantasías que superan la realidad y una vez termina la ilusión, te encuentras con con lo inevitable… el mundo real. Sin embargo, me sentía mucho mejor que antes. Ya casi era de noche, mi jornada había terminado. Agarré mis cosas y me fui caminando a casa mientras con mis zapatos, sin saberlo en ese momento, dejaba huellas de pintura en el piso.

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