Cuento en construcción
Esto que inició como una propuesta de narración a partir de la imagen ha avanzado de esta manera gracias a los aportes de Jean Pierre Bellamy, Gladys Trujillo, Jairo Echeverri García y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Los invitamos a que continúen la narración. Todavía falta un poco para el final. ¡Sigan participando! Una vez sepamos el final pasaremos a la etapa en la cual le inventamos títulos.
Clarisa tomaba polaroids de sus sueños. Por las tardes, subía al cerro, se sentaba en la vieja roca negra y contemplaba los campos de trigo mecerse al ritmo de la brisa, como un océano dorado en miniatura. Soñaba con escapar… sacaba la cámara, guiñaba un ojo, encuadraba su sueño en el objetivo y disparaba. La cámara le devolvía su sueño negro con un ruido mecánico. Ella lo tomaba con cuidado entre el índice y el pulgar, observaba las mareas del mar de trigo y, cuando apreciaba un soplo lo suficientemente enérgico, separaba los dedos y su sueño volaba. Siempre antes de que la polaroid revelara la imagen.
Cada sueño superaba al anterior. Algunos eran más coloridos y otros más emotivos, pero los que más le gustaban a ella eran en los que podía volar. Nunca era más libre que cuando sentía ese vértigo que le atacaba el estómago cuando se elevaba y se topaba de frente con las nubes, igual al que sentía de niña al subirse a un columpio.
Esa costumbre terminó cuando la familia de Clarisa entró en una crisis económica y a ella le tocó vender su cámara fotográfica. Un día, meses después de haberla vendido, mientras caminaba por los mares de trigo y se imaginaba otros mundos, notó lo que parecía ser una de sus fotografías enterrada en la arena. La sacó de allí, la limpió con su falda y vio la imagen. Al verla, abrió los ojos un poco más para confirmar que estaba viendo lo que creía. Era ella, en su bicicleta, volando atada a muchos globos. La cámara le había revelado uno de sus sueños…
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Sin embargo, entre la emosión y el asombro, se escabullo por su sangre de niña cierto temor. No por su sueño plasmado en la fotografia, sino por creer que estaba dormida soñando un sueño, su sueño de libertad.
Y despertó, volvió a la realidad que conocía desde que nació, y sin saber si se equivocaba se condeno a la verdad de que los sueños son ilusiones inalcanzables. Pero algo de ese sueño permaneció en ella como las imágenes fantásticas que plasmaba la cámara en la materia, y el mismo sueño la hacia cuestionarse cada noche sobre la realidad de esa fotografía que encontró entre aquel campo de trigo. Cada vez deseaba con mas fuerza entregarse a la idea de que al dormir despertaría a su propia realidad, sin que ningún libro de leyes inculcado en su cerebro le convirtiera su alegre verdad en otro insignificante sueño. Así empezó la confuncion…
Abrió y cerró los ojos un par de veces y se pellizcó el brazo, sin embargo, seguía en el mismo lugar. Al parecer, no se trataba de un sueño. Cuando Clarisa llegó a su casa y le contó la historia a su familia, todos se burlaron de ella. “Más bien dinos quién llevó a cabo esta edición fotográfica. Está buenísima” le dijo su hermano, Tomás. Clarisa se encerró en su cuarto furiosa. No era la primera vez que era vista como loca frente a los ojos de sus familiares o amigos. Pero, a pesar de su rabia y sentimiento de no encajar, algo le había quedado claro, tenía que recuperar su cámara a como diera lugar…