Cuento en construcción
Este cuento ha avanzado de esta forma gracias a Gladys Trujillo, Héctor Romero, Patricia O, Fred J. Morgado A, Juanse Gutiérrez, Narratuit, Jara, Armando José Gaviria y Cuento Colectivo. Falta que le inventes un final a la historia y posiblemente, a la vida de nuestro personaje. Tienes hasta el próximo martes 20 de septiembre de 2011 para hacerlo. Una vez sepamos el final pasaremos a inventarle títulos al cuento.
Humberto llevaba una vida tranquila y monótona. Todo cambió el día que oyó a su doctor decir “tienes 15 días de vida”. La frase en sí no tuvo sentido, si no hasta el momento en que recordó aquella película en dónde la chica muere de cáncer. Trató de tranquilizarse, sólo le venía a la cabeza la cantidad de amigos que había dejado de ver por falta de tiempo, las excusas que le había inventado a su madre, más de una vez, para no ir a comer los domingos y quedarse durmiendo. No sabía cómo ordenar sus sentimientos para despedirse de familia, amigos, allegados y enemigos.
Su mirada se perdió por unos segundos, luego habló para sí mismo: “Tengo mucho que escribir y debo hacerlo en este tiempo”. Se permitiría, humano al fin, un arrebato de ira y un ahogo de tristeza. Pero hasta ahí. La depresión no era opción ahora. Se sentó frente al ordenador, pero como si la propia parca se lo dijera, prefirió usar pluma y hoja. Se alargaron sus minutos, se aguzó su percepción, entre latido y latido, desarrolló historias… se agigantó.
Nunca había escrito tanto ni tan bien, aún cuando un tiempo, de las letras se ganó la vida. Algunos eran cuentos, otras eran crónicas de las malas decisiones que había tomado hasta que le dictaron sentencia. En cada una de ellas hablaba del enorme error que significa la inacción, después de todo, lo que estaba escribiendo era a contrarreloj. Por su falta de ganas o de decisión lo había aplazado hasta el momento en que ya no era posible postergarlo más. Por lo menos había sido advertido, pues pensó en las personas que mueren sin decir lo que de verdad sienten y de las personas que se quedan esperando una respuesta de los que ya no despertarán. No quería que le pasara eso.
El teléfono sonó. Al otro lado de la línea, una voz de mujer: su madre. Era el cumpleaños de su hermana pequeña y todos estaban esperando por él para empezar la fiesta. “¡Maldita sea!”, pensó, lo había olvidado por completo. Siempre lo olvidaba, pero esta vez tenía una razón de peso para justificarse. Bajó deprisa las escaleras, compró un ramo de rosas rojas en la floristería de la esquina, paró un taxi y se sentó a esperar a su destino.
Cientos de ideas venían a su cabeza: ¿Qué hacer al llegar a casa? ¿Debía contarles a todos el escaso tiempo que tenía para estar con ellos? ¿Debía esperar? Por una parte, quería compartir con ellos su angustia; por la otra, no quería que todos recordasen el cumpleaños número 18 de su hermana Lidia por esa mala noticia. “Son 6 euros caballero”… pagó al taxista, bajo del coche y pulsó el timbre de la puerta.
Cuando llegó a casa de sus familiares, todos estuvieron sorprendidos por su presencia. Algunos se alegraron que estuviera allí, sin embargo, otros tenían un resentimiento acumulado por tantas ausencias en otras ocasiones. No sabía bien cómo actuar, así que gran parte del tiempo estuvo en silencio, observando y disfrutando de sus seres “cercanos”. A su forma, se despidió de cada uno de ellos. Le dio gracias a sus padres por haberle brindado tanto amor, e intentó hacer paces con aquellos a los que les había faltado.
Cada vez le quedaba menos tiempo a Humberto. Hizo todo lo que siempre había querido hacer: se lanzó de un avión, le dijo por fin a Mariana lo que había sentido por ella todos esos años, visitó algunas de las ciudades a las que nunca había ido, sin embargo, no le alcanzaría el tiempo para conocerlas todas, le tocaba priorizar… poco a poco, se aproximaba la hora de la única cita que no podemos evadir, aquella con la muerte…
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En una milésima de segundo se distrajo pensando en lo que no podría hacer y sonrió. Le quedaba un corazón abierto lleno de amor. Le tocaba la parca, pero, sin pensarlo dos veces, alargo su mano hasta el teléfono y dejo caer su amor en cada conversación. Detuvo tardísimo las comunicaciones ese día, ahora era tiempo de agruparse, entonces reunió a aquellos que había pospuesto una y otra vez., su familia. Apostaba por los suyos. En ellos se había forjado como Humberto, los otros le había dado el espacio terrenal de Humberto. Él era por los otros, y recién lo comprendía. Apostaría a ganador. Apostaría por la vida que aun llevaba pegada en el cuerpo. La muerte avanzaría lenta y cancina. El habría sabido salvarla.
Pero aún todavía faltaba algo que solucionar en su vida, recordó sobre aquel error que lo atormentaba. Porque muchas personas lo veían de duro corazón, ya que cierto día cuando al salir de su casa una pobre anciana le pedía un pedazo de pan y este de un grito la pudo despachar. Está anciana lloraba y le gritaba ¡malvado! no tienes compasión, solo te pido un pedazo de pan y me das un grito no más. Todo esto lo pagarás… Saludable no estarás. Vas a ver como llegarás a pedirme perdón y ese día sabrás lo valiosa que es tu vida.
Estás palabras atormentaban a Humberto. Tomó la decisión de buscar nuevamente a la anciana. Su corazón se debilitaba. La encontró nuevamente en su puerta sentada y le dijo: – Anciana gracias por enseñarme lo valiosa que es la vida. Poco tiempo queda tu palabra se ha cumplido. Hoy solo quiero que me perdones. Y estaré tranquilo.
Responde la anciana: Tranquilo hijo. Te perdono. Pero aunque nunca estuve a tu lado. Perdoname tu a mi. Por haberte abandonado.
Humberto quedó sorprendido por aquellas palabras. Y la anciana respondió no temas. Soy tu verdadera madre, tu indolencia hizo que te respondiera de esa manera. No vieja gracias a ti por que reconozco tanto errores. – Ven sigue… Toma un poco pan. Humberto no alcanzó a llegar a la mesa inmediatamente cayó al piso. Y allí su madre lo lloraba. Ya era tarde había muerto. Lo importante es que pudo reconocer sus errores.
Y todavía Humberto tenía muchas cosas por hacer, amigos a los que visitar, rencores para olvidar, y sin embargo, sabía que no tenía tiempo. Ese gran amigo de otra época, ahora lo estaba abandonando, y el lo sentía, y eso lo hacía infinitamente triste y a la vez libre. Si, libre de estar atado al tiempo para organizarse, para cumplir con sus tareas, para complacer a su familia. ¿Porque que es el tiempo en realidad? En el presente de Humberto, le estaba recordando muchas cosas, personas, situciones, ciudades, amores, odios, sentimientos encontrados que ni siquiera el podía definir con palabras.
Un día antes de que llegara el fatídico día 15, Humberto decidió visitar esa casa tan lejana, la otrora casa de sus abuelos, en la que había sido tan feliz en su infancia, junto a su madre y su hermana. Esa casa llena de olores y sabores, de siestas, de juegos y de mascotas.
Aunque esa casa perteneciera hoy en día a otra familia, igual tuvo el impulso de ir y plantear la situación a los nuevos dueños. Su sorpresa fue muy grande cuando llegó y la encontró abandonada,vio algunos vidrios rotos, “seguramente habrán entrado a robar o a dormir o a morir acá”, pensó. Donde existía un jardín lleno de rosales, ahora había matorrales sucios, tristes y solos, le dio una sensación que sólo el conocía, de estar cercano a un lugar tan lúgubre y solitario como la muerte. Humberto comenzó a sentir que su cuerpo no le respondía, no podía evitarlo, comenzó a llorar todo lo que no había podido desde que se enteró que tenía cáncer y se dejó llevar por su tristeza, que en ese momento fue su fiel compañera, y apoyando su cuerpo sobre el banco sucio del jardín, cerró los ojos y pensó que este era su último pensamiento, su último recuerdo, y pensó “este no es mi mejor día para morir”
Y se dio cuenta, que por mas cosas que hiciera, no eran lo que en realidad el quería. Solo hacia lo que todos a su alrededor le platicaron querían en algún tiempo. Y le vino al pensamiento lo que anhelaba desde sus primeros días de memoria… Un momento a solas, hablar con el mundo, y recibir respuesta a las preguntas que siempre omitió; que no se atrevió a pregonar. (Siempre sintió que podía continuar sin ayuda de nadie más… pero que alguien más le podía solicitar).
¿Por que el Sol nos da calor? ¿Por que el agua nos quita la sed? ¿Por que el viento no lo podemos ver? ¿Por que el amor nos hace enloquecer? ¿Por que morir si hay tanto por hacer?
Y reconoció que no había respuesta a lo que necesitaba saber… solo tenia que disfrutar de lo que le daba la vida sin menospreciar el amanecer, sin tener temor a la vida o al que dirán, sin arrepentirse por no aprender el idioma ingles como otros mas.
En ese momento entendió que la vida no era suya, y tampoco de nadie más. Comprendió que podía disfrutar de todos sin tener que estar con ellos. Tan solo tenía que Amar… sentado a la ventana de su casa, le llego el momento señalado por el doctor…un par de días antes de lo “programado”, era el momento final. No sintió nada, ni temor, ni dolor, ni frío. Nada. Solo un pequeño ardor en su pecho. Una bala perdida había perforado su corazón. Y un segundo antes de morir entendió… que la vida es una… nada más