Cuento final
Felipe, de siete años de edad, estaba sentado en uno de los pupitres de su colegio escuchando a la señorita Marión explicar qué era un cuento cuando Daniela, la niña más popular del curso, le pidió prestado un sacapuntas. Enseguida a Felipe se le detuvo el corazón, era la primera vez que Daniela le hablaba o daba cualquier seña de saber de su existencia. “Claro que sí” dijo, y nervioso comenzó a buscar dentro de su cartuchera. “Acá está” le dijo a Daniela apenas lo encontró, era un sacapuntas amarillo con forma de casa que guardaba la basura del lápiz en el techo. Daniela intentó sacarle la punta a su lápiz color rojo pero el sacapuntas no funcionaba. “Se me había olvidado” dijo Felipe apenado, “desde hace unos días esta así”. Entonces Daniela separó el sacapuntas del techo de la casita, botó la basura e intentó de nuevo, esta vez con éxito. “Gracias” le dijo Daniela a Felipe al devolverle el sacapuntas, “tienes que limpiarlo cada vez que sacas una punta, así hago yo, pero no encuentro el mío”. “Oye gracias, me lo arreglaste” dijo Felipe con una sonrisa.
Sonó la campana indicando que la jornada escolar había terminado y mientras Felipe corría hacía la salida entre todos sus compañeros escuchó la advertencia de la señorita Marión: “Recuerden que para mañana deben traer al menos dos ideas para el cuento que harán esta semana”. Felipe se rascó la cabeza e hizo una cara de angustia. “¿Cuento? ¿Cómo así que un cuento? Si ni siquiera explicó qué era. Ya la semana pasada me llamaron la atención. Mi mamá me va a matar” pensó. Felipe llegó a su casa, almorzó y entró a su habitación. Varios minutos más tarde la madre de Felipe entró a su habitación, interrumpiéndole la sesión de Nintendo. “Qué tareas tienes” le preguntó su madre a Felipe, quien ni se inmutó. “Ponle pausa a eso Felipe”, dijo la madre con un tono más serio. Felipe hizo caso, pausó el juego y dio media vuelta para mirar a su mamá. “Te preguntaba que qué tareas tenías” repitió la madre.
“Tengo una de matemáticas para el jueves y otra de español para mañana” respondió Felipe. “Bueno, entonces la de matemáticas la haces mañana donde tu abuela. ¿Qué tienes que hacer para la clase de español?” preguntó la madre. “La señorita Marión dijo algo de llevar dos ideas para un cuento” respondió Felipe. “¿Un cuento? ¡Que chévere! ¿Has pensado de qué lo quieres hacer?” indagó la madre. “No sé qué es un cuento” respondió Felipe. “¿La señorita Marión no explicó que era un cuento en clase?” preguntó la madre escéptica. “Yo no oí” dijo Felipe. “¿No oíste o no estabas prestando atención? Si no te pedimos una cita mañana con el doctor Fabián para que te revise los oídos” dijo la madre. “No estaba prestando atención” rectificó Felipe. “Ahora sí, tienes que estar más pendiente en clase” dijo la madre.
“Es fácil hijo, para hacer un cuento tienes que imaginarte una historia y contarla”. “¿Cómo así?” preguntó Felipe confundido. “Tienes que usar tu imaginación y contar una historia” le explicó la madre. “¿Qué es imaginación?” preguntó Felipe. La madre lo pensó unos segundos “imaginación es…” dijo, y lo pensó unos segundos más. “Hijo la verdad es que no sé explicártelo de una manera que entiendas entonces lo haré por medio de ejemplos. Imagínate una mariposa volando”. “No entiendo” dijo Felipe frustrado. “Ahora mismo yo estoy haciendo uso de mi imaginación para ver con mi cabeza una mariposa que vuela, trata de verla Felipe” le dijo su madre. Felipe comenzó a llorar “¡No la veo! ¿Dónde está?” preguntó atemorizado de tener alguna especie de problema grave.
Mientras la madre de Felipe lo consolaba, pensaba en qué manera desenredar el enredo que ella misma había ocasionado. Cuando Felipe se calmó, la madre ya tenía lista su nueva estrategia. “¿Alguna vez has visto una mariposa?” le preguntó su madre. “Sí” respondió Felipe. “¿Te acuerdas de cómo son?” preguntó la madre. “De colores y tienen alas” contestó Felipe. “Viste que sí la ves” le dijo su madre a Felipe. “Pero no está aquí” afirmó Felipe. “Por eso, la estás viendo con tu imaginación” respondió su madre. “Ahhhhh ya” dijo Felipe señalando que ya había entendido y soltó una risa de alegría “entonces sí, sí la veo”.
“Ahora haz que vuele” le ordenó su madre. Esta vez Felipe, sin problema, se imaginó a la mariposa volando. “Ya lo hice” dijo Felipe. “Bueno entonces ya estás listo para hacer tu tarea. Tienes que usar tu imaginación de nuevo para inventarte una historia que quieras contar. Puedes imaginar lo que quieras, la imaginación no tiene límites. Puede ser una historia que te haya pasado, algo que le haya pasado a alguien que conozcas o algo que tú te inventes de la nada, lo que sea. Me voy para mi cuarto y cuando vuelva me cuentas qué se te ocurrió”. Cuando la madre volvió se extrañó de no sorprender a Felipe jugando Nintendo. Estaba solo, en silencio, acostado en la cama mirando al techo sonriente. “¿Qué haces?” le preguntó la madre. Felipe, dichoso con el regalo que acababa de recibir, respondió: “jugando con mi imaginación”.