Cuento final
Me sueño elefante, soy colosal, enorme, he crecido de manera infinita en medio de esta jungla, he vaciado el horizonte en mis ojos. Son mis huellas, cerca del río, las que se ven. Al marchar, dejo una marca, saben que estuve allí. No he vivido en vano, no me temen… me respetan.
Desde un lugar oscuro de la memoria, llega con fuerza, justamente, esa canción de cuna y no otra. Su sonido suave, repetitivo, acaricia mi piel rugosa, sobre el gris. La luna de plata juega con la sombra de su mano sin surcos, sin dobleces, sin otro pasado que el de perseguir el sol.
Un dolor incierto me ahoga el pecho, lágrimas de pena, lágrimas de sudor, lágrimas de ausencia, viajan por mi frente. Mi trompa, ajena a cualquier otro movimiento que no sea el de la oscilación se inclina a tocarlo. Él duerme, duerme en el silencio profundo de la selva, ese que estremece el alma, denso e impenetrable como la misma vegetación que me circunda.
¿Qué fantasías lo acunan, de qué lugares imaginarios escapa? Pájaros de la noche escoltan sus parpados cerrados, lo besan, sin rozarlo. ¿Es el viento? ¿O el águila viuda persiguiendo un picaflor el que acaricia mi mejilla?
El sonido de mi voz ahuyenta los malos espíritus, los venenos ocultos en serpientes milenarias, la inusitada crueldad de quien nunca fue amado. Abro los ojos, me reflejo en los de él, y el en los míos. Desde un lugar oscuro de la memoria, llega con fuerza, justamente, esa canción de cuna y no otra.
Despierto en mi cama, es muy tarde en la madrugada. La canción de cuna se escucha a lo lejos. Sonrío al pensar hasta donde me había llevado mi imaginación esta vez. Al poco tiempo, caigo de nuevo en el embrujo de la canción. Cierro los ojos… continúo viajando.