Cuento en construcción
Continúa este punto de partida propuesto por Enrique Castiblanco, a partir de este ejercicio en el cual la idea es poner a Enrique, el personaje principal del cuento, en una situación incómoda. Es el último capítulo de “Las aventuras de Enrique” así que no dejes de participar. Recuerda aquí las características principales de nuestro personaje.
Por razones de trabajo, era necesario que Enrique tomara un vuelo de 15 horas camino a Sydney, Australia. Antes de abordar, la persona encargada mencionó que por ese día, las sillas de primera clase en el avión tenían un 70% de descuento. “¡Qué bien! Al parecer es mi día de suerte” pensó.
Todo marchaba perfecto. El vuelo salía en unos minutos y nadie más se había sentado en la silla de al lado suyo. “Más espacio para mí” se dijo “tanta suerte no se ve todos los días”. Entonces, justo antes de que cerraran la puerta del avión, un pasajero entró en el último minuto.
El pasajero miraba los números de las sillas y las comparaba con los de su tiquete. “Silla 7K. Esta es la mía” dijo el hombre. Cuando se sentó, Enrique volteó la cara e hizo un gesto de desagrado, no sólo porque ya no tendría más espacio, sino porque su compañero de vuelo por las próximas 15 horas tenía un fuerte olor en las axilas al cual se tendría que acostumbrar.
3 Responses
Intentando ser optimista y decidido a que nada empeorara la situación, asumió que el odorífero inconveniente podría ser superado si lograba distraer a su órgano olfativo desviando la atención hacia otro de sus sentidos. Pronto sostuvo en sus manos aquel libro que había comenzado a leer en la sala de pre-embarque, y que lo había atrapado al punto de casi olvidar la engorrosa circunstancia de tan largo viaje.
Avanzó por la página ávidamente, devorando las palabras, dejándose atrapar por los vericuetos del glorioso personaje y, lo más importante, logrando aletargar el ataque que sus fosas nasales se veían obligadas a resistir.
Pero un profundo sonido similar a un trueno, al retumbar de miles de tambores, al enloquecedor trompetear de una manada de elefantes que huyen de cualquier peligro imaginable, lo arrancó bruscamente de su beatífica concentración. Su reciente e indeseado vecino de vuelo, dormido profundamente, emitía por su boca abierta profundos ronquidos (si aquellos sonidos podían ser denominados así) que amenazaban violentamente las partes más delicadas de los órganos auditivos de Enrique.
Ya no podía seguir leyendo. Fastidiado comenzó a hurgar en el paquetito que le dio la azafata al empezar el viaje. Allí estaba su salvación: los auriculares!.
Deslizando la pantalla que tenía ante sus ojos, conectó el dispositivo y se dejó envolver por la voz de una seductora mujer que le daba la bienvenida mientras escuchaba una agradable música de fondo. El menú era impresionante, había una larga lista de películas para elegir, canales con todo tipo de música, juegos, encuestas, y hasta podía ver la hoja de ruta y seguir el vuelo del avión desde un satélite. Estaba fascinado con eso, se imaginaba que él comandaba la nave.
Justo cuando había olvidado que estaba sentado al lado de un molesto vecino, sintió un sacudón en su brazo. Y se repitió otra vez. El hombre gesticulaba cosas incomprensibles. Desconectándose del improvisado paraíso y con una mirada furibunda le preguntó: ¿Qué pasa? El otro acercándose más a su mejilla le respondió: Necesito urgente un toilette, comí algo en el aeropuerto que me hizo mal…y este es mi primer vuelo, no sé dónde encontrarlo.
Preso de unas nauseas incontenibles le dijo con su mejor cara de pocos amigos: siga la flecha luminosa. Presuroso, el compañero se levantó y desapareció en la semi-penumbra del avión dando tumbos por el pasillo.
Su primer impulso lo llevó a observar detenidamente a ese espécimen tan
desagradablemente oloroso.Pensó mientras otras partes de su cerebro luchaban con otros problemas mas acuciantes, habrá comido ajo? Sus recuerdos lo llevaron a otro viaje en el que subieron al avión un grupo
de eslavos, ejecutivos, pero que habían masticado ajo y se imaginó el avión inundado con ese aroma por momentos soporífero.
En esa oportunidad, no pudo hacer nada al respecto y es por eso que bajó del avión con dolor de cabeza , nauseas y una sensación de impotencia y malestar que se le había instalado en toda la espalda con una contractura que parecía como si su parte trasera fuera una tabla de lavar ropa.
La región parte del cerebro que había estado buscando estrategias para resolver la situación hizo sonar un tilín como los celulares cuando llega un mensaje,y era que pidiera permiso, para poder salir, ir al baño o hablar con la azafata para que lo trasladara a otro lugar con la excusa de estar descompuesto y tenía que estar cerca del baño…casi cierto, descompuesto si, pero del asco que tenía por oler el aire del vecino.
En un rato nuestro amigo estaba muy acomodado en otro lugar, lejos de los vahos de su vecino, viendo una película y sonriendo para sus adentros y también hacia afuera por como había logrado salirse de aquel difícil momento.