Rompiendo la monotonía

Cuento final

Este cuento fue realizado entre Mauricio Rey, Roque Hernández, Virgina Consuegra, Sebastián Bravo, David Bellati y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Qué tal te pareció?

En Montevideo, la capital de Uruguay, existe una tumba que es un monumento nacional, debido a que se trata la tumba de José Artigas, el libertador de ese país. La tumba es protegida siempre por dos soldados que tienen que permanecer sin moverse a como dé lugar. Todo el día en la misma posición, éstos casi que ni pestañean. Federico es uno de los soldados y de veras que las historias de sus días de trabajos, de todo lo que ve y escucha, son algo increíble.

“Es como si las personas quisieran que fracasara en mi encomendado. No pueden creer que alguien permanezca inmóvil por tanto tiempo sin hacer acción alguna, por lo tanto, me ponen todo tipo de trampas a ver si caigo”, cuenta Federico. Un día, dice, llegaron dos niños con su madre. “¿Cómo así mami? ¿El soldado no puede moverse por nada en el mundo?” preguntó uno de los niños. “Así es Hugo, por nada en el mundo”.

Al parecer, la cara del pequeño Hugo se trasformó en una de maldad pura, cuando escuchó las palabras de su madre. Enseguida se puso en frente de Federico y comenzó a hacer todo tipo de sonidos con su boca y movimientos con sus brazos para romper la concentración del soldado. Éste, sin embargo, permanecía quieto en su posición de siempre.

En otra ocasión, un día que había estado solo en su mayoría, cuenta Federico que llegó una pareja de veinteañeros. Al parecer los jóvenes no pudieron aguantarse las ganas, o tal vez les gustaba la idea de tener espectadores, pero tuvieron relaciones sexuales ahí mismo en frente de él y su compañero.

Si bien muchas de las personas que entran van sólo a contemplar el monumento, esta labor les ha dejado claro a estos soldados que hay un porcentaje de la población que está del todo insana. La encrucijada mayor la vivieron cuando un hombre misterioso entró al monumento. A los tres minutos otro hombre entró y se intercambiaron algo que Federico no pudo distinguir bien.

“Ya te habrás enterado esta mañana por la radio que el gordo Pete no nos estorbara más” dijo uno de ellos, a lo que el otro contesto: “Si me enteré. Buen trabajo. Ahora sólo falta el viejo Moritz y el trabajo estará terminado”. “Mañana a las 11 terminamos ese trabajo. Lo interceptaremos en su camino a la oficina”. Entonces se dieron un beso de despedida.

Federico había escuchado la noticia. Se trataba de un cuerpo que habían encontrado ese día cerca al Jardín botánico. Esa noche, Federico iba en el bus camino a casa con los cabellos de punta. ¿Estaría su imaginación jugando con él? ¿Estaban detrás del asesinato del jardín botánico esos misteriosos personajes? No estaba seguro de qué hacer, si ir a la policía y denunciar lo que había escuchado, o ir directo a casa junto a su esposa, después de un largo día.

Pensó que unos verdaderos criminales no tendrían esa conversación en un lugar en donde alguien más los pudiera escuchar. Por otra parte, ya antes le había sucedido que se había quedado dormido e incluso soñado, estando con los ojos abiertos. Concluyó que de seguro él había malinterpretado las palabras y decidió ir a casa. A la mañana siguiente, encendió la radio mientras se preparaba un poco de mate.

Después de unos minutos escuchó la noticia: “Escuchen con atención, tenemos información de último minuto, nos ha confirmado una fuente que el magnate de los cueros Moritz Benavente acaba de ser baleado a las afueras de su oficina. El crimen ha sucedido un día después de que el cuerpo de Pedro Suárez, su socio, fuera encontrado al interior del Jardín Botánico de la ciudad.

Federico enseguida llamó a su compañero, Tomás, a contarle. Éste también había escuchado la noticia. Acordaron encontrarse en la estación de policía que quedaba cerca al monumento. Pasaron unas horas explicando lo que habían escuchado y describiendo a los personajes. Los policías no lo podían creer, la descripción de uno de los individuos coincidía perfectamente con el del también millonario Augusto Basile, presidente de la segunda compañía de cueros del país.

El jefe de la comisaría les agradeció a ambos soldados por la información y les dejó su número en caso de que supieran cualquier otra cosa. Una investigación sería iniciada y uno de los principales sospechosos sería el señor Basile. El jefe les advirtió que en caso de llegar a una instancia judicial, era probable que los llamaran a testificar.

“Y no se preocupen, no había nada que hubieran podido hacer para evitar los hechos del día de hoy”. Después de eso, del episodio con más acción de toda su vida laboral, Federico y Tomás volvieron a su rutina -aquella que pone a prueba cada instinto humano-, felices de haber sido útiles en una investigación real.

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