Suscríbete a nuestro boletín para que recibas nuestras actualizaciones sobre escritura creativa, ficción, marketing de contenidos y mucho más.
Cuento Colectivo® es una marca de Inteligencia Colectiva S.A.S. Fue fundada por Jairo Echeverri García, soñador despierto y contador de historias incansable.
Suscríbete a nuestro boletín para que recibas nuestras actualizaciones sobre escritura creativa, ficción, marketing de contenidos y mucho más.
Copyright © 2024. Todos los derechos reservados.
2 respuestas
«¿Cuando caminas, ves acaso el universo que bajo tus pies vibra? ¡No lo haces! Tú sólo vives en un cáscara, aferrado a las sombras… Yo miro al suelo, y veo puertas. ¡Hay miles de ellas! ¿Puedo siquiera distinguirlas? ¡No, claro que no! Son tantas que me abrumo, y mi mente toda se droga ante la vida…»
«Veo también el cielo y distingo cada rasgo de cada nube. La rosa que de mi sangre nace, yace en mis manos. Y el viento, que me besa con pasión, se aferra a mi mirada. ¡Oh, y qué otra cosa puedo ver! La felicidad es una cárcel, es la cárcel más insidiosa de todas…»
«Las puertas de la percepción se abren ante mí; mi caminar me ha llevado hasta ellas. Las puertas muestran todas un diferente sentir, una distinta verdad… Las puertas, giran sin cesar… ¡No puedo elegir! Caigo en el vacío, y el sonido de miles de trompetas acompaña mi caída…»
«La verdad es eterna, el conocimiento cambiante… ¡Confundirlos resulta desastroso! ¡Ah, en el dolor, allí he de buscar la felicidad! Veo el suelo y el cielo, y una ceguera inminente se apodera de mi miedo; las puertas, todas ellas siguen girando, por todas partes. Las trompetas repiten la misma melodía triunfal, y caigo, sólo caigo…»
«Una estaca atraviesa al fin mi corazón, mi sangre se convierte en miles de rosas, las trompetas siguen sonando en su [http://www.youtube.com/watch?v=xRRtOJqB8PU&feature=related marcha imperial]. Pero no muero, he caído, mi corazón yace muerto, el sufrimiento es insoportable, pero no muero… »
«¡Me levanto, y mi cuerpo queda atrapado en la estaca! ¡Oh, puta vida! ¡Puta muerte! Me levanto, y las rosas acompañan mi cuerpo. Ya no sufro, ya no me regocijo. Sólo soy una sombra, y las puertas de la percepción siguen moviéndose. Las trompetas, sólo anuncian un repetir insaciable, una espiral eterna de decadencia…»
La joven de los ojos esmeralda le miraba, curiosa. Sonreía con timidez, y agitaba su cabeza de vez en cuando para distraerse. Él no dejaba de reír, mientras escuchaba la voz profunda del cantante que sólo parecía dedicar su canto al suelo, tal vez por cansancio, o por pena.
«¿Cuando caminas, ves acaso el universo que bajo tus pies vibra? ¡No lo haces! Tú sólo vives en un cáscara, aferrado a las sombras… Yo miro al suelo, y veo puertas. ¡Hay miles de ellas! ¿Puedo siquiera distinguirlas? ¡No, claro que no! Son tantas que me abrumo, y mi mente toda se droga ante la vida…»
La joven se levantó, lágrimas adornaban su rostro, haciéndole ver como una virgen de la piedad. El joven seguía sonriendo, lleno de felicidad se hallaba, porque en la música su alma abatida, se calmaba. Los ojos esmeralda una vez más se dirigieron al joven, que, por su parte, no parecía querer dejar de extasiarse con la melodía, el ritmo, y la voz del grupo que allí se presentaba.
«Veo también el cielo y distingo cada rasgo de cada nube. La rosa que de mi sangre nace, yace en mis manos. Y el viento, que me besa con pasión, se aferra a mi mirada. ¡Oh, y qué otra cosa puedo ver! La felicidad es una cárcel, es la cárcel más insidiosa de todas…»
Pero algo atrajo la atención de la joven, que ya en la puerta del bar estaba. Un grito se oyó, uno solo. Era el joven, que en el pecho había recibido una puñalada. El cantante aún poseía la daga en sus manos, su sonrisa era fría; la sangre que del joven brotaba, lo hacía lentamente, mientras el eco de su grito aún resonaba en las paredes; se arrodilló entonces el cantante, acomodó su cabello para ver mejor, y apoyó su boca en la herida. La sangre ahora se resbalaba por su quijada, y por su lengua, sus ojos negros, brillaban de lujuria. La joven soltó su bolso, y corrió hacia la mesa en donde estaban el cantante y el joven; el cantante besaba al joven salvajemente; el joven no podía moverse del dolor; la joven se acercó al cantante.
«Las puertas de la percepción se abren ante mí; mi caminar me ha llevado hasta ellas. Las puertas muestran todas un diferente sentir, una distinta verdad… Las puertas, giran sin cesar… ¡No puedo elegir! Caigo en el vacío, y el sonido de miles de trompetas acompaña mi caída…»
Lo giró completamente, y le besó; el cantante, le tomó en sus manos, y acarició sus senos. El joven, se recuperó, y, viendo por primera vez a la joven, sonrió de nuevo; la joven ya no le miraba, con una mano acariciaba el falo del cantante, y con la otra buscaba la daga.
«La verdad es eterna, el conocimiento cambiante… ¡Confundirlos resulta desastroso! ¡Ah, en el dolor, allí he de buscar la felicidad! Veo el suelo y el cielo, y una ceguera inminente se apodera de mi miedo; las puertas, todas ellas siguen girando, por todas partes. Las trompetas repiten la misma melodía triunfal, y caigo, sólo caigo…»
La encontró, y con ella se rasgó el vestido. El joven quiso tocarla, pero ella le rechazó; el cantante yacía ya desnudo. Subieron al escenario, y el joven, que miraba todo sonriente, deseaba poseerla. Distinguió la pureza de sus ojos esmeralda, y se dijo: «Esmeralda, mujer salvaje… cuando te encuentre ¿qué no desearía hacerte?»
«Una estaca atraviesa al fin mi corazón, mi sangre se convierte en miles de rosas, las trompetas siguen sonando en su marcha imperial. Pero no muero, he caído, mi corazón yace muerto, el sufrimiento es insoportable, pero no muero… »
El cantante, con sus brazos y piernas totalmente extendidos, muerto estaba. La joven le miró, y, el joven dejó de sonreír. Se levantó y comenzó a correr hacia la salida, todas las puertas se hallaban cerradas, y todas las personas allí presentes, se reían de su miedo. La joven, le alcanzó: «Vamos a ver cuán hombrecito es este papito».
«¡Me levanto, y mi cuerpo queda atrapado en la estaca! ¡Oh, puta vida! ¡Puta muerte! Me levanto, y las rosas acompañan mi cuerpo. Ya no sufro, ya no me regocijo. Sólo soy una sombra, y las puertas de la percepción siguen moviéndose. Las trompetas, sólo anuncian un repetir insaciable, una espiral eterna de decadencia…»