Los Dictators

Este cuento fue escrito entre Enrique Castiblanco, Antisocial, Virgilio Platt, Sandro Vergara, Yadyra y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Te gustó el resultado?

Él: La personificación del mal gusto. Un señor de cincuenta años, con síndrome de Peter Pan, que se rehúsa a dejar ir sus años dorados de disco y cocaína. Siempre tiene un palillo entre los dientes (uno de ellos de oro) y anda con la barba a medio afeitar.

Ella: Nacida en cuna de oro. Su niñez de Country Club, colegio privado y vida de apariencias y cosas materiales la hizo acumular un odio por ese sector de la sociedad, y en especial por su padre, un magnate obsesionado sólo por su trabajo y por el dinero. Su padre la desheredó al saber que había huido con semejante caricatura de tercera.

Antes de entrar al establecimiento a jugar la semifinal del campeonato de bolos en pareja, él le pegó una palmada en el trasero a su joven prometida y dijo: “No te preocupes chiquita, este campeonato es de los Dictators”. Desde un auto estacionado al frente del local se puede ver a dos personas conversando, observando la escena. Entonces bajan del auto dos fortachones y se acercan a la pareja. Ella ya presiente lo que se viene y pregunta: “¿Qué quieren?”.

“El jefe quiere decir que no es suficiente con que su nombre no figure en el testamento familiar, quiere que ambos se larguen de este pueblo. No le gusta la idea de que se esté manchando su buen nombre con una demostración en carne y hueso de lo débil de sus genes” dijo el más alto de los dos fortachones.

“Puedes decirle al jefe que se meta su testamento familiar y su buen nombre por el recto anal” contestó ella, comentario que provocó una risa burlona de su pareja. Entonces entre ambos fortachones, le propinaron una golpiza salvaje al acompañante de la señorita con puños, patadas y todo lo que encontraran en el camino.

Ella gritaba y lloraba con todas sus fuerzas, pero nadie, ni los que estaban dentro del recinto, salieron a ayudar. Lo dejaron inmóvil en el suelo. “La próxima vez te sacamos esos dientes pedazo de basura. No los queremos ver más por acá, que haya quedado claro” dijo el mismo fortachón antes de escupirle a su víctima y darle su última patada en el estómago.

En el hospital, ella le pidió disculpas a su pareja por lo acontecido. Él le respondió que no tenía de que preocuparse, le dijo que, incluso, si lo que quería era irse del pueblo como lo deseaba su padre, entonces él la acompañaría donde quisiera. A pesar de su atuendo de hombre rudo, él en el fondo era un romántico, un niño sensible atrapado en el cuerpo de un hombre un poco mayor. Ella le contestó que sí era lo que quería, pero no sin antes darle un merecido a su padre. Una cosa era sacarla de la familia por sus miedos ridículos y arcaicos, pero otra muy diferente era ese tipo de agresión y a su propia hija.

Una semana después era el Festival de Cacería en el pueblo. Su padre era un fiel participante cada año. Ella sabía bien que ese día en específico la mansión estaría sola. Por lo tanto, ese día la pareja, usando su atuendo del equipo de bolos, entró por un sótano oculto a la mansión del cual ella estaba segura que no habían cambiado la cerradura. Esta era la mansión en la cual había crecido, por lo tanto sabía en donde encontrar lo que buscaba.

En poco tiempo, ella tenía una bolsa entera llena de joyas y dinero. Entonces dio la instrucción: “Ya puedes empezar con la gasolina”. Al oír esto, él roció gasolina por gran parte de la mansión. Ambos caminaron hasta la puerta principal y se detuvieron. Él encendió un fósforo, con este un cigarrillo, y después lanzó el fósforo al combustible.

Huyeron, dejando atrás la mansión en llamas. Aquella mansión que significaba para ella el triunfo de lo superficial sobre lo sustancial, la victoria de lo material sobre lo afectivo. Mientras veía su antiguo hogar arder, hizo una llamada desde un celular: “¿Sí policía? Quisiera reportar un robo. Sí… en la mansión ubicada en el Boulevard de la Quinta. Les recomiendo revisar, sobre todo, en la caja fuerte que queda en la oficina del segundo piso. La oficina ubicada después de las escaleras a la derecha, para ser más exacta”. Entonces lanzó el celular por la ventana del automóvil en que huía.

Ambos se irían de ese pueblo para nunca más volver y se casarían en una ceremonia que, tras un gran esfuerzo e insistencia por parte de ambos, fue anunciada en la prensa nacional. A su padre, después del episodio, lo privaron de la libertad en cuanto llegó de su competencia de cacería, con la copa del primer lugar en su mano. Resultó que tras el incendio y una llamada anónima en la cual reportaban un robo en la mansión, pudieron encontrar el verdadero libro de finanzas de su negocio, con información explícita acerca de cómo este hombre burlaba la ley.

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