Cuento en construcción
Los invitamos a crear una narración que transcurra durante el día de los muertos, “una festividad mexicana, que se celebra también en algunos países de América Central, así como en muchas comunidades hispanas de los Estados Unidos”. Para este ejercicio se aceptan relatos de ficción o de no ficción (crónicas). El ejercicio está abierto hasta el 5 de noviembre para darle oportunidad a aquellos que asistan a las festividades de este año a que escriban su texto. Los mejores textos serán escogidos y publicados desde el primero de noviembre, día que inician las efemérides. ¡Participa y ayúdanos a regar la voz! También se aceptan fotografías o imágenes adecuadas para la historia. Haz tu aporte en la zona de comentarios de esta publicación o escribiendo a comiteeditorial@cuentocolectivo.com.
6 respuestas
Demasiado joven para morir…maldita sea!, quien me mandaria meterme en ese coche con el Alberto, el Wally, y el Puma hasta las trancas de todo…si es que nunca tuve cabeza pa na, ni hasta pa morir. Y el caso es que me faltaban aun bastantes cosas que vivir, me acuerdo de mi viejo, como lloraba el C…! Quien se iba a figurar que lamentaria tanto mi muerte!, la de veces que discutimos, la de broncas y portazos, y sin embargo me queria, me quería a pesar de todo , y en verdad no era su obligacion, fue el segundo marido de mi madre y el unico padre que conoci.
SILENCIO
El circo permanecía en aparente calma, silencio bajo un pesado manto de noche sin luna.
En el viejo carromato desvencijado, la sombra de la muerte vino a visitarme.
Pude sentir su oscuridad en el quicio de la puerta, y como después cubría toda la estancia.
Seis éramos las personas que dormíamos, pero ella se acercó solo a mí.
Pude sentir su soplo helado en sueños, de hecho aun lo siento.
Tras inclinarse sobre mi camastro, sin tocarme, apenas unos milímetros sobre mi paralizado cuerpo, sobre mi alma completamente consciente, sentí que miraba dentro de mi cuerpo.
Sentí después su tenaza oprimiendo mi espíritu, sentí el aire paralizado en mis pulmones, me sentí perder la razón.
Y cuando finalmente estaba abandonado a mi suerte, convencido y resignado, se retiró lentamente, devolviéndome el aliento pero cobrándose, sin embargo, en años de vida, la gracia.
A la mañana siguiente el aire traía noticias de venganza y baile de machetes por ultrajes pasados. Algunos huyeron.
Fui incapaz de confesar que lo sabía
Bueno, esto ocurrio en un lugar llamado Pilo-lil ,halla por la decada del sesenta en este pueblo sus habitantes eran en su mayoria pastores no llegaban a docientas familias, en este lugar la muerte no se festejaba , como siempre marcaba el fin de una cabeza de familia o mermaba su integracion ,no habia iglesia de ninguna especie , tampoco policia , la unica Instituciones presentes eran la Escuela y la estafeta (Correo), pero todos los problemas se buscaba solucionarlos , este lugar se mantenia aislado debido ,que para conectarlo con el pueblo màs proximo habia que cruzar un rio de montaña “el Rio Alumine” muy cuadaloso esta barrera impedia que sus habitantes se fueran y cuando se marchan casi nunca regresaban ,el medio que habia para cruzar el Rio era una balsa que tenia una capacidad para un auto y sus ocupantes , para lo cual estaban los balseros cuya funcion era como en sidartha, ayudar a cruzar el rio , pero una noche un balsero se cayo al agua cumpliendo su funcion, lo encontraron dia siguiente ahogado , hubo un gran revuelo todos los familiares y amigos se pusieron en marcha para terminar con esta barrera natural que por obra del destino les habia impuesto, se unieron y pensaron como realizar un puente para terminar con el aislamiento y tambien pensaron que de esa manera atraerian a más gente que vendria para asentarse ahi ,Don Doroteo u hombre autodidacta , comenzo a ocuparse de la gestion para la construccion del puente con las autoridades de la Provincia del Neuquen, cosa que logro el cedio parte de su propiedad para la nueva carretera que se conectaria con el puente sobre el rio alumine ,ha fines del 1968 , se comienza todo el trabajo y movimientos de tierras para la construccion del puente ,ya era una realidad ,a mediado del año 1969, Don Doroteo tuvo un accidente muy grave despues de dos mese de agonia fallecio ,pero antes de morir pidio a sus hijos y esposa que sus restos descansaran mirando el camino y el puente ,èl decia “que esa manera estaria mirando a las personas que venian y las personas que se marchaban y ademàs contemplaria al rio” , pues dos cosas ansiaba en su vida era ver el puente que aun no se habia terminado y que el hombre llegara a la luna , Don Doroteo fallecio 11/07/1969,pero para el ya era una realidad
EL DILEMA DE LA VIUDA
El 1º de noviembre es el día indicado en Uruguay para preparar el día de los difuntos. El 2 las tumbas reciben más visitas que los presos los domingos. Ir ese mismo día a la florería, pensaba Eliza a quien no complacían las muchedumbres, puede resultar tan incómodo como una noche de rebajas en el centro comercial.
Iría como siempre, como desde hace 20 años, a pedir la docena entera de margaritas y la media de cartuchos.
El 1º también había que preparar el vestuario, que si bien ya no era rigurosamente negro, mantenía su discreta apariencia matizando grises, negros y blancos, en polleras que esconden rodillas y blusas que ocultan pechos.
Las aún apetitosas curvas de Eliza, con 58 años de tránsito, también habían sido vedadas hace como 20 años. Curvas aún más dignas de admirar que las rectas de un Torres García, eran prohibidas de cualquier contemplación.
Es que, aún en la última década del siglo pasado, la tradición todavía pesaba mucho en Eliza. En su pueblo rural del Interior uruguayo, la mujer era de un solo hombre, vivo o muerto. El manjar que significa una mujer despojada de atuendos, no se serviría más en el plato de amante alguno, si su marido había fallecido.
Además, ir a visitar al difunto en su última morada, el día de su cumpleaños, el día del aniversario de casados, en la fecha de su partida, previo a la noche buena, y en su gran día, el 2 de noviembre, era una obligación. Las viudas como Eliza, en esos días lucen impecables y hasta se podría decir que emocionadas. Mantienen largos diálogos, algunos en silencio y otros no tanto, con sus enraizados amores de cementerio. Estos lamentablemente no se ven. Pero casi seguramente, en esos gloriosos días, también deben lucir elegantes, con limpias camisas blancas e impecablemente rasurados.
En las primeras visitas que recibe el agasajado, la viuda va acompañada de sus hijos si son chicos. Todos uniformados de negro y cargados de flores. Los más chicos, sin entender la solemnidad del 2 de noviembre, entre tumba y tumba saltan y juegan a las escondidas, mientras las madres intentan imponer un orden innecesario. Después de todo, si el anfitrión los observa desde algún lado, nada puede poner más feliz a un padre que ver a sus hijos felices.
Con el correr de los años y ya adoleciendo el tiempo, los hijos parecen revelarse contra la costumbre. Es una rebelión que no intenta boicotear el rito, es una rebelión que se niega a propagar la imagen paterna debajo de una cúpula de cemento. La imagen que les vale, es la del patriarca dándoles un abrazo, un beso, regalándoles una sonrisa. Esa es la visión que quieren conservar. Cuando uno puede dejar de ser mandado elije, y los chicos son muchos más sabios de lo que pensamos. Es mucho más querible y honrosa la imagen que ellos quieren guardar y no la que les brinda el rito.
A la viuda le cuesta aceptarlo. Con el tiempo lo comprende. Un duelo de esa magnitud no se salda temprano. Se sigue rumiando en la familia hasta que la nueva ideología de los chicos, se va imponiendo. La viuda, que por algo tiene una sola boca y dos orejas, escucha. Ya no solo comprende, va aceptando las nuevas costumbres.
Ella no va a dejar de ir a visitar a su marido el día de su cumpleaños, el día del aniversario de casados, en la fecha de su partida, previo a la noche buena, y en su gran día, el 2 de noviembre. No va a dejar de amar al padre de sus hijos. No va a dejar de guardar respeto.
Pero sí, va a dejar de morir ella como lo estaba haciendo hace 20 años. Se lo piden sus hijos, se lo piden sus entrañas, y se lo pide su sexo. Revive, y en ese momento, los hombres del mundo celebran, un nuevo manjar esta disponible…
Como todas las noches subió a su carro amarillo en busca de clientes. El trabajo no era lo que soñó en la infancia, pero debía alimentar a dos hijos y una esposa.
No fue un buen día, una pareja y tres borrachos fue lo único que consiguió en un día de muertos. Decidió probar suerte en el cementerio del sur de la ciudad:
– Seguramente quedará algún visitante llorón, pensó.
Al pasar el túnel vislumbró la silueta de una joven con un traje largo. Esa sería su “gran oportunidad”, al menos si no pagaba la carrera conseguiría compañía.
Prendiendo y apagando las luces captó la atención de la mujer. Su rostro a penas se distinguía, pero lucía encantadora en aquella penumbra.
-Siga reinita, le dijo mientras tenía un pie en el freno y su sonrisa de conquista.
Ella subió en el asiento de junto. Sus muslos torneados captaron su atención y en cada cambio de marcha ponía su mano en ellos.
Un monólogo y las canciones de Julio Jaramillo era lo único que se escuchaba en el trayecto con rumbo incierto.
La historia se apresura, está llegando a su destino.
De repente vio su cara… era pálida y algo triste. Pero cuando la miró sus ojos perdió el sentido. Despertó al día siguiente junto a una tumba, sin saber qué había pasado y sin ganas de leer el nombre en la lápida.
-¡Una calavera, era una calavera!, dice
Luego de USD 3,50 y 20 minutos de camino se santigua, y prefiere continuar su camino con un nuevo pasajero y otra historia.
QUERONTE
Al amanecer, el mar se presentaba bravío. Un espeso manto gris cubría el cielo y llenaba el ambiente de una luz ocre y mortecina. Julio se hallaba en cubierta, deseando divisar tierra y más aún atracar y poder pisarla de una vez. Llevaba ya dos semanas fuera, faenando, y su botín era más bien modesto, aunque no podía quejarse. Sabía que le podría haber cundido más, pero en aquellas condiciones del tiempo, habitualmente inclementes en aquel mes de noviembre, también sabía que le podría haber cundido bastante menos, así que se sentía satisfecho. Se había ganado una buena retribución por tanto esfuerzo. Queronte, el pequeño barco pesquero que Julio poseía desde hacía más de diez años, botaba sobre las olas ansioso por alcanzar la costa y descansar al fin. Julio, exhausto, magullado y medio resfriado, observó cómo una fina línea de tierra firme comenzaba a perfilarse en el límite del horizonte. En poco más de media hora podría dejar su carga. Con ánimos renovados, decidió revisar el barco e ir recogiendo aparataje y demás bártulos para matar el tiempo que quedaba hasta tocar tierra. Se dirigió, en primer lugar, al camarote, que parecía una cochiquera más que el cuarto de un hombre. La cama se hallaba hecha gurruños, los cajones desordenados y revueltos, y todo aderezado con un finísimo tufillo rancio de sudor y salitre. Se puso manos a la obra y en un rato había terminado. Guardó con cariño su libro de cabecera, El viejo y el mar de Hemingway, su tesoro más preciado, que lo acompañaba en todas y cada una de sus expediciones en alta mar. Se sentía identificado con los avatares del viejo protagonista en su pequeño bote, luchando contra la inclemencia del mar, pues al igual que él, Julio siempre salía a pescar sólo. Le gustaba la sensación de dejar el mundo atrás y quedarse sólo él con su barco y sus pensamientos. Cuando hubo terminado el camarote, salió afuera. Sintió la brisa fresca de la mañana, que soplaba con ganas. Tenía las piernas entumecidas por la larga exposición al viento y la lluvia de los últimos días. Tosía levemente y le oprimían las costillas. Se relamía al pensar en un fuego y una taza de café hirviente. Había avanzado a buen ritmo y el pueblo ya se alzaba frente al barco con un aire gélido y espectral. El viento arrojaba rachas heladas y parecía traer lamentos lejanos. Se le erizó el vello del cogote. La tierra firme ya se le echaba encima y comenzaba a notar una ligera inquietud que no identificaba. Puso rumbo al puerto, que se hallaba a menos de una legua de distancia. A medida que se aproximaba a los desangelados muelles, su inquietud iba en aumento. No veía el menor atisbo de movimiento ni actividad humana. Cuando el barco cruzó los límites de los diques que rodeaban la lonja, ya no quedaba ninguna duda. Aquello estaba totalmente desierto. Flanqueado por numerosos barcos amarrados, Julio tuvo la sensación de encontrase en un pueblo abandonado. Una fina niebla comenzó a posarse sobre el embarcadero, acentuando esa imagen fantasmal. Reinaba un silencio absoluto, del todo inusual, lo que no hacía presagiar nada bueno. Miró a su alrededor y lo único que alcanzaba a ver era el vacío. Daba la sensación de que todo el mundo había salido corriendo despavorido. Se veían multitud de cajas desparramadas por todo el muelle y varios bultos de pescado pudriéndose en el suelo. Al atracar, Julio se apeó del barco con cautela. Caminó despacio, observando. Alzó la voz, rogando ser respondido y esperando que algún compañero de faena apareciera y le explicara qué diantre estaba ocurriendo allí. Pero eso no pasó. Como única respuesta obtuvo un eco sordo de su propia voz. De pronto, divisó a unos pocos pasos un gran charco rojo que parecía ser sangre. Lo peor es que justo al lado había un hombre, de pie, con la mirada fija en él, al que le faltaba un brazo desde el codo y del que manaba sangre oscura a borbotones. El hombre tenía la ropa hecha jirones y le dejaba la carne descubierta por muchos sitios. Estaba lleno de cortes y empapado en sangre. Desprendía un desagradable olor a podredumbre. Sus ojos eran brillantes y estaban inyectados en sangre. Su rostro se hallaba completamente desfigurado, con profundos desgarros que mostraban grotescas muecas en carne viva. Julio se quedó paralizado, a unos pocos metros de la espantosa figura que tenía delante. Por unos instantes, que se le hicieron eternos, el hombre, mutilado y ensangrentado, se quedó allí parado mirándole, emitiendo unos espeluznantes gruñidos, entre gorgoteos. Julio sintió temblor en todo el cuerpo. Quiso hablar, pero las palabras no acudían a su boca. Sintió náuseas. El corazón le bombeaba a toda máquina y le palpitaban las sienes. De repente, el hombre comenzó a andar torpemente hacia Julio, arrastrando los pies y alzando el único brazo que le quedaba hacia delante. Julio no pudo reaccionar inmediatamente. Simplemente, no daba crédito a sus ojos. El hombre se acercaba más y más, y estiraba el brazo tratando de agarrar a Julio. Cuando ya restaban apenas dos palmos entre ellos, Julio logró salir de su asombro y decidió girar sobre sus talones y correr hacia el Queronte sin volver la vista atrás. Una vez allí, observo que el muelle empezaba a poblarse de criaturas como la que acababa de contemplar. Salían de todos los rincones, a lo largo y ancho del muelle y avanzaban hacia el barco de Julio con paso lento pero inflexible. Eran docenas. Hombres y mujeres. Y también distinguió niños. Algunos de ellos no tenían mal aspecto, simplemente parecían borrachos que cojeaban y trastabillaban. Pero otros presentaban horribles laceraciones y mutilaciones y dejaban un reguero de sangre negra a su paso. Julio no dudó un instante y volvió a soltar las amarras que había colocado hacía tan sólo unos instantes y permitió que el Queronte se hiciera a la mar de nuevo, alejándose de ese circo del horror en que se había convertido el embarcadero. Julio podía reconocer a varios de sus vecinos entre los cadáveres que pululaban por las aceras de la lonja, golpeándose por alcanzar la borda del barco. Algunos cayeron estrepitosamente al agua, tras golpearse contra el lateral del barco y salir despedidos hacia atrás. Poco a poco, el Queronte volvió a internarse en mar abierto, dejando el pueblo atrás. Desde la proa, Julio contempló con horror una estampa macabra e irreal. La playa, el muelle, el mercado, las aceras. Todo el pueblo se hallaba salpicado de siniestras siluetas tambaleantes que caminaban en silencio. Cadáveres vivientes paseando a sus anchas por las calles que un día habitaron en vida. Se empezaron a oír algunos truenos lejanos, mientras Julio y su barco se adentraban otra vez en las profundas y seguras aguas del mar. Aún podía oír sus gemidos, como leves lamentos que traía el viento, mientras cientos de esos seres se arremolinaban alrededor de los barcos que reposaban pacientemente en las dársenas, esperando un nuevo viaje que no llegaría jamás. Julio no paraba de temblar y lloró amargamente mientras la sombra del pueblo, de su hogar, se perdía más allá de las olas. Aquel jueves de Noviembre era el Día de los Muertos.