Pandemonio mítico

Cuento final

Este cuento fue realizado entre Virgilio Platt, Enrique Castiblanco, Jairo Echeverri García y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado?

Ares se levanta después de un largo sueño y enseguida se tira al suelo a hacer 10.000 flexiones de pecho. Hace después 10.000 abdominales y 10.000 sentadillas para empezar el día. Algo lo atormenta, o tal vez es que siempre amanece un poco amargado. Para liberar un poco de energía, le da unos cuantos puños a su saco de hierro (el equivalente al saco de arena de los humanos).

Hermes, su hermano, lo encuentra propinándole combinaciones de golpes al saco, ya vuelto añicos. “Querido hermano, de veras que estás a la altura de tu nombre, dios de la guerra. No son ni las siete de la mañana y ya tienes los nudillos hinchados” dice Hermes. “Eso me los fortalece” contesta Ares.

“Te tengo un mensaje que a muchos los podría horrorizar, pero sé que en especial a ti te llenará de regocijo” le dice Hermes. “Soy todo oídos” dice Ares mientras se prepara una malteada de proteínas. “Al parecer unos tales dioses romanos quieren usurpar nuestra identidad y hacerla pasar como la suya. Pero eso no es todo, y llego rápido a la parte que te concierne… hay un tal Marte que se hace pasar como el verdadero dios de la guerra y que está dispuesto a comprobarlo ante el universo”.

Al día siguiente Hermes le informa a Mercurio, su homólogo romano, que le puede decir a Marte que Ares se río a carcajadas durante horas del charlatán que se atreve a retarlo. “Dice que sólo diga cuándo y dónde, también que procure preparar a todas sus fuerzas” comenta Hermes “y trata de no demorarte mucho y transmitir el mensaje de forma completa”. “¡Ja!” responde Mercurio “acá el que enreda la correspondencia no soy yo”.

Cada lado congrega a todas sus fuerzas y todo el mundo se entera. De hecho, el asunto adopta  un tono más político cuando Zeus se entera y respalda a su hijo completamente. Júpiter, por su parte, padre de dioses y de hombres de la mitología romana, también apoya a Marte. El día de la cita, cientos de millones de dioses y semidioses hacían parte de cada ejército. Antes del pandemonio, un kilómetro de distancia separaba a ambas fuerzas, que con caballos, cascos y lanzas esperaban la señal. Zeus, Ares, Júpiter y Marte se encontraron en el centro.

“Que lindo día hace” comenta Zeus “perfecto día para darle una bofetada a una sociedad entera de usurpadores y farsantes sin identidad. Tal vez así aprendan a ser más originales”. “No veo nada de malo en tomar ideas y perfeccionarlas. Creo que hoy será uno de esos casos en los que los alumnos superan a sus maestros” contesta Júpiter “que comience la función entonces”.

Zeus, en su caballo blanco y Júpiter en su caballo marrón oscuro, se devuelven cada uno hacía sus tropas. Ares señala a Marte y le dice: “Esta noche tu cabeza adornará las afueras de mi casa”. Marte pone su mano derecha en su zona genital y aprieta, en un gesto de desafío, y se da la vuelta.

Ares regresa y todo su ejército lo rodea. Su caballo negro está más furioso que nunca y corre de forma salvaje de un lado hacia otro. Los músculos de Ares están más hinchados de lo normal, en su cara se nota una sed de violencia y un poder que infunde respeto e incluso temor a sus propios aliados. “Hoy está en juego nuestro honor y nuestra identidad. Espero que dejen todo en ese campo de batalla, no espero nada menos de ninguno” les grita a sus tropas Ares. Marte, por su lado, abraza a Júpiter, su padre. “Hazme orgulloso hijo” le dice Júpiter. Ambos líderes gritan al unísono: “¡Al ataque!”.

Fue la guerra más sangrienta y confusa jamás presenciada por dioses o mortales. Lanzas, espadas, rayos, explosiones, lluvias y vientos repentinos… sangre y cabezas por doquier. Cayó el atardecer y la lucha seguía, de pronto Ares y Marte se encontraron en medio del pandemonio. Todos los demás, de un bando u otro, hicieron un círculo alrededor de ellos para presenciar su batalla.

“¿Qué tal si hacemos esto a lo vieja guardia impostor?” dice Ares “¿Cómo te parece una batalla a muerte a nudillo limpio?”. “Suena divertido” contesta Marte. Ambos se quitan sus armaduras y se despojan de sus armas. “Ven a donde papi” dice Marte, haciendo una seña con sus manos al mismo tiempo.

Y comienza la lucha, una combinación de puños, codos, rodillas cabezas. Se puede ver que ambos tienen estrategias ofensivas y defensivas sólidas. Ares logra, en un punto, hacer que Marte caiga después de un ágil movimiento. Ares lo asfixia con su pie, apoya todo el peso de su cuerpo en el cuello de Marte, que está en el suelo.

Entonces Marte se desprende del pie con la ayuda de sus brazos y ahora es Ares quien cae al piso. Marte aprovecha y se levanta antes que Ares y lo patea directo en el rostro. La patada eleva a Ares unos 20 metros, cae de espaldas, Marte lo recibe con su rodilla. Los griegos se empiezan a preocupar, los rayos de Zeus se alborotan.

Ares se retuerce en el suelo, al parecer derrotado. Sólo hace falta un último golpe por parte de Marte. Su famoso codo de la muerte. Marte salta y gira en el aire como un helicóptero. Ares está en el piso, pero justo antes de recibir el codazo, mueve su cabeza y Marte quiebra la superficie con su codo. Con la velocidad de la luz y aprovechando el impulso con el que venía Marte, Ares logra ganarle la espalda a su contrincante y lo ahorca con una llave.

Marte lucha por varios minutos, pero la llave de Ares es poderosa. Entonces Marte cae de rodillas, Ares le aprieta más fuerte la nuca, Marte se torna azul, pero no se rinde. Entonces se escucha algo que se rompe, y es el cuello de Marte. Su luz se desvanece y Ares grita, victorioso. El cuerpo de Marte se funde con el campo de batalla, los griegos fueron los victoriosos y a partir de ese día nació el mito de preferencia por las ideas originales.

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