Sigue esta historia que apenas comienza

Cuento en construcción

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Caminaba por una calle desierta, cuando de repente timbró el teléfono público…

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2 respuestas

  1. que estaba a su derecha, miro hacía atrás para ver si alguién estaba cerca, pero solo el viento daba signos de existencia. Penso por un momento ignorar el ruido pero la curiosidad no le dejo continuar. ¿Qué más daba? seguramente no era nada. Miro de nuevo para asegurarse que nadie le miraba y descolgó la bocina.

    Entre miedo y alegría, escucho una voz conocida, era la voz de la mujer que había amado durante sus años de adolescente. La voz era tan dulce como entonces, asi que le costó un poco de trabajo prestar atención a las palabras por intentar mantener a la voz hablando…

  2. detuve mi andar de inmediato y volteé la mirada. La gente pasaba sin importarle que el teléfono siguiera gritando y en mi mente divagó la idea de contestar. Dudé en primera instancia, pero después descolgué la bocina.
    -Bueno –dije casi a manera de susurro y una voz semejante a la mía, me agradeció por haber contestado. Sonaba agitado, su vehemente respiración superaba sus palabras.
    -Escúchame -dijo y lancé una maridada en derredor, temeroso de que la demás gente me viera hablando, como si ellos supusiesen lo que en verdad sucedía-. Hay un carro rojo en la calle que cruza en la siguiente cuadra. Está estacionado en la esquina. Ve ahí, rápido y sin llamar la atención. Verás a una mujer vestida en traje de noche, rojo también. Te pedirá la hora y te preguntará sobre el clima. Dile lo que se te ocurra, pero no le menciones que ya es hora de comer… ¿entiendes?
    -¿Comer? –le dije alejándome de la bocina-. Porque no vas y te buscas otro pendejo…
    -No, no, no –replicó casi al borde de la desesperación-. Escúchame… es serio. Tienes que hacerlo, ¡por favor! Sólo no le digas eso…
    -¿Y si le digo qué?
    -Bueno, sí se lo dices… sal corriendo y busca un teléfono público, marca tres veces el cero y pídele lo mismo a quien conteste. Espero lo hagas… Adiós.
    Aquel malnacido me colgó, sólo quedó el tono sonando en mi oído. Dejé el teléfono atrás y continué mi camino.
    Al cruzar la calle volteé en ambas direcciones. Ahí estaba el carro rojo. En cuanto lo vi no pude evitar estremecerme. Recargado en él, la mujer esperaba vestida como dijo el sujeto de la bocina. Al parecer sólo yo la veía. Satisfice el impulso y crucé la calle para hablarle.
    -Parece que lloverá, ¿no lo crees? –Me dijo mientras sacaba de su bolso un cigarrillo-.
    -No, no creo –dije al mirar el cielo despejado-.
    -¿Qué hora es? –su pregunta me hizo esbozar una sátira sonrisa y sin meditarlo, cometí la irresponsabilidad de responder aquello que se suponía no debía.
    -Las dos con quince, hora de comer.
    El cigarro se le cayó de los dedos y su rostro se tornó pálido.
    -¡Vete de aquí! –me gritó lanzándome un par de monedas-. Ve a llamar por teléfono.
    Tras decirlo escuché una detonación y la mujer gritó aterrada.
    -¡Ya viene! –dijo suplicante-. Te matará, corre, ve al teléfono.
    No pude reclamarle nada, al final de la calle apareció un sujeto, vestido de traje sastre y con pistola humeante en la mano. En cuanto lo vi me volví en mis pasos para reencontrarme con la cabina de teléfonos. Marqué el trío de ceros y esperé. El sujeto me seguía a paso lento, afinando su puntería. Alguien contestó. Le dije lo mismo que a mí me mencionaron con anterioridad, mientras el cañón del arma se recargaba a un costado de mi cabeza.
    Quien me contestó prometió obedecerme al pie de la letra. No tuve más que aguardar. Viví los segundos más angustiosos de mi vida, viendo de reojo a mi futuro asesino.
    -¿Qué hora es? –le pregunté y él me sonrió diciendo:
    -Hora de comer –dicho esto tiró del gatillo.
    El teléfono sonaba y yo, respiraba hondo en mi cama. Todo había sido un mal sueño. Alguien vio propicio despertarme en la madrugada.

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