Esta historia fue escrita entre Virgilio Platt, Arnaldo, Sebastián Andrade, Valentina Solari, Rosa M, Ninfa Benedetti, Enrique Castiblanco y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo.
-Muchachos, ehhh… cálmense. No es para tanto, me parece que se están dejando llevar por sus emociones. De verdad.
– De esta no te escapas con tu lengua, policía asqueroso. ¿Algunas últimas palabras antes de que te mandemos a Honduras?
– Sí muchachos, por favor, denme una sola oportunidad de decir unas palabras.
-Anda cabrón, tienes el permiso.
-Gracias amigos, sólo quiero decirles que a sus espaldas hay unos individuos armados listos para enviarlos al infierno. ¡Óscar, reviéntalos!
-¿De verdad creíste que caeríamos en el viejo truco del escuadrón de respaldo? Estás aquí solo y solo morirás. Adiós rata inmunda, o mejor aún… vete al infierno.
-¡Corten! Excelente material muchachos. Manuel, tal vez se te está yendo un poco la mano al decir la parte final. Un poco menos exagerado por dios, es una película de acción, no una telenovela.
Mientras Clemente De Mier, el protagonista de la película y famosa estrella de cine y televisión, encendía un cigarrillo, cuatro maquilladoras, un estilista y dos asistentes lo arreglaban y atendían sus caprichos.
– Tráeme un té helado Meme y cancela mi almuerzo con Franco Sepúlveda.
– ¿Algún compromiso especial Clemente?- preguntó Lisa, la más joven de las maquilladoras, con una sonrisa nerviosa.
– Pues, no suelo discutir mis planes con personas a las que casi ni conozco, pero tengo un lado blando por ojos azules y caras angelicales, muñeca.
En ese momento a Lisa se le sonrojaron las mejillas y rio de forma coqueta y moderada, antes de inclinarse un poco para revelar su escote.
– La señorita Vandeviere ha acordado acompañarme a esa hora. La llevaré a mi restaurante favorito.
– ¡Oh! Pues buena suerte con eso- respondió Lisa, evidentemente celosa.
Lisa tenía la costumbre de enredarse con hombres de mala ley. Se sentía atraída por ellos como las moscas a la miel. Aunque en este caso sería Clemente De Mier quien pasaría de ser cazador a ser esclavo de los ojos y las malas artes que estaba aprendiendo a usar Lisa.
Empezó con una follada en los vestidores ese mismo día. Al principio era sólo sexual… y que bueno que era el sexo. Tal vez por eso Clemente no la desechó a la primera semana, como solía hacerlo con todas las demás. Sabía en el fondo que al final lo terminaría haciendo, esta no era la mujer de su vida. Pero… demonios, es que con Lisa no había límites en la cama, o en cualquier otro escenario que improvisaran para hacerlo.
Pasaron dos semanas, un mes, dos meses, en los cuales Clemente y Lisa se encontraban supuestamente sólo para llegar a un final feliz, de esos de unos segundos. A Clemente no le gustaba decir, ni siquiera pensar en que estaba en una relación, pero lo estaba. Aunque esta fuera una relación basada en el sexo, era la que más le había durado en su vida. ¿Cómo terminaría todo?
Algo de ella no le producía confianza. El hecho de que se le había entregado el primer día que la conoció y algo más… su cara. Sin embargo, era injusto juzgarla por eso, después de todo, él también se había entregado de forma rápida, ¿y cómo así que su cara? Difícil de explicar y algunas veces las apariencias engañan.
Como era de esperarse, Clemente se terminó involucrando de forma sentimental. No era amor lo que sentía, si no como una especie de adicción a poseer a Lisa. Las extravagantes peleas que tenían, la angustia que le producían a Clemente, se terminaron volviendo en el único sentimiento que lo hacía sentirse vivo. Más vivo que nunca se sentiría el día que confirmó lo que su instinto le dictó desde un principio, cuando pasó de ser predador a ser presa y por fin supo lo que eso se sentía.