Este cuento fue escrito por Nadia Contreras y editado por el Comité editorial de Cuento Colectivo. Fue realizado en memoria de Jackson Pollock, en el marco del aniversario de su muerte, el pasado 11 de agosto. ¿Cómo te pareció el texto?
La mente no tiene límites. Es la confluencia de lo posible y lo imposible, como sucede en los cuadros, de Jackson Pollock. Hay mentes tranquilas. Sin prisa, construyen regiones oscuras o claras y lo que el otro deja pasar: calles, edificios, jardines, un parque, una lámpara encendida en medio de la noche. Mentes de alas pequeñas, pero que sin embargo, cualquier día llevan el vuelo atrevido muy lejos. Pollock busca lo voraz, lo adverso; los días son un árbol con figura de serpiente o un gigante que sobrepasa los entramados del cielo.
Este tipo de mentes no escuchan el murmullo de las hojas de los árboles o la lluvia. En el estruendo se elevan, porque quieran o no, el punto exacto de la creación, coloca al espíritu en la tormenta. El problema de estas mentes, pese a los ruegos de corazones comunes, es que no se adaptan como el guante suave a la mano. Quedan en otro instante y desde aquél lugar, miran la pulsación de las cosas.
Las mentes como la de Jackson Pollock, viven del placer del amor, y en mayor medida, del placer de la crueldad. En su empeño torturador, sugieren una línea o muchas de éstas con el fin de desterrarse de la casa, la calle, el país, la vida misma. En la orfandad alcoholizada, los trazos son muerte prevista.
Nadie sabe exactamente lo que sucede en la mente del creador a la hora de tocar un fondo blanco. Nuestra aproximación puede abrir la armonía del cielo o el socavón de una raíz arrancada. Responder a la cuestión: ¿Qué pensaba Jackson Pollock al pintar sus cuadros? Lleva en su imposibilidad, la invención de otro relato.
En la luz definitiva de la tarde. Una tarde de mucho sol y el reflejo del lago como un espejo. La luz que, luego, cede paso a la sombra: un sillón vacío, los ojos de una niña, la sonrisa de la mujer con una luna en cada mano. Jackson Pollock, sólo porque sí (no existen los bocetos), obedece la orden agitada de los impulsos. Al final, un largo silencio.