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Una respuesta

  1. “Jamás”, se repitió a sí misma con fuerza. Cerró los ojos y apretó los puños con rabia. Se mordió el labio como siempre hacía cuando algo le perturbaba. “Nunca”, volvió a repetir. De su labio inferior comenzó a brotar un hilo de sangre. Éste corrió por su mentón hasta que cayó al suelo dibujando una imperfecta mancha bermeja. Excesiva preocupación la suya. Espesa, ávida y discordante como la sangre aún caliente de su labio. No podía dejar de recrear las últimas 24 horas. Era incapaz. Su cabeza, principal verdugo, le recordaba casi de forma constante los acontecimientos transcurridos. Una sucesión de imágenes con color, sonido y olor circulaban por su mente sin que ella fuese capaz de detenerlas. Sus dientes continuaban traspasando los labios carnosos y aquella mancha rojiza en el suelo aumentaba de tamaño. Cada vez más espesa, más ávida, más discordante…. Empezó a perder la percepción de su propio cuerpo, a olvidar la intensidad de la clausura de sus puños y párpados, a centrarse en el reguero escarlata que comenzaba en su boca. Los fotogramas instalados en su memoria, redujeron la velocidad. Los colores fueron reduciéndose a un compendio de púrpuras y grises. La melodía, a unas calmadas notas de piano y el olor, a hierro y hierba recién cortada. De forma instintiva, la lengua recorrió el labio inferior acariciando la base de su dentadura superior. Alivio. Los grises y rubíes formaron una partitura que aquellas notas calmadas de piano interpretaban. Descanso. La espesa, ávida y discordante mancha carmesí bailaba en el suelo. Libertad. El intenso olor a óxido y césped cortado la transportaba a un tiempo pasado. ¿Mejor? “Nunca. Jamás”, se repitió por última vez antes de que su cabeza impactara contra el suelo. Su última partitura. El final había llegado.

    San Carbajo

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