Este cuento fue escrito entre Stephanie Lozada, Sebastián Andrade, Isabel Moya, Valentina Solari, Sebas y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Te gustó el resultado?
3 a.m. y como es usual en mí, no lograba conciliar el sueño. Me asomé por la ventana de mi habitación y comencé a detallar la fachada del edificio de en frente. Tantas ventanas, tantas historias, sobre todo a las horas en las que todos salen de trabajar. Pero en ese momento todos dormían y no había ni una sola luz prendida. “¡Malditos suertudos! ¿Cuánto daría por estar en su posición? Por allá en el quinto sueño”.
De repente una luz se prendió en el edificio de enfrente, y lograba ver, a lo lejos, la silueta de alguien. Parecía alguien preocupado. Permanecía parado con la mano en la quijada, como si estuviese analizando algo. Decidí rápidamente seguir sus movimientos; a lo mejor me ayudaba a conciliar el sueño.
Ya eran las 3:45 a.m. y la silueta seguía en la misma posición. “¿Qué estará sucediendo?” me pregunté, pero mi duda fue interrumpida por una extraña llamada. Alcé el teléfono y una voz tosca y gruesa me dijo que dejara de observarlo. Me asusté e inmediatamente apagué la luz de la habitación y me escondí detrás de las cortinas verdes.
Lo siguiente que recuerdo es haber despertado en la cama, doctor. Me resultó extraño porque hacía meses que no lograba descansar, y esa mañana tenía la sensación de haber dormido plácidamente durante horas. Miré el despertador y me di cuenta de que llegaba tarde a la oficina, así que no reparé demasiado en el dibujo.
“Recapitulemos, Robert. Hace un par de días, intentando vencer al insomnio, decide espiar a alguien del edificio de al lado. Recibe una llamada que lo anima a dejar sus vistas nocturnas, y tras eso, lo siguiente que tenemos es a usted, despertando de un largo sueño, y un boceto que no recuerda haber dibujado sobre el escritorio, ¿correcto?”.
“Así es, doctor. No me di cuenta de que esa horrible escena estaba allí hasta bien entrada la tarde”. “¿Qué hay de su tratamiento, Robert? ¿Continúa tomando la medicación que le prescribí?”. Robert vaciló un instante y asintió con la cabeza. ”Bien, hábleme de ese dibujo”.
Prefiero mostrárselo. “De acuerdo Robert, enséñeme el dibujo”. En el aparecía un edificio, en llamas, con una sola luz encendida, y una persona dentro. “Supongo que este es el edificio de en frente que describía con anterioridad junto con el personaje que estaba dentro del apartamento con la luz encendida”. “Se equivoca, doctor. Tengo la fuerte sensación de que la persona dentro del apartamento soy yo”.
“Lo importante es que estos brotes artísticos sean solo eso… arte. Sé que no sería capaz de encender un edificio en llamas. Conozco su expediente”. “Usted lo sabe doctor”. “De todas maneras le voy a recetar estas pastillas para el sueño. No es buena idea que esté trasnochando de esa manera. Además me dice que hay lapsos de tiempo que no recuerda. No es buena señal”. “Lo que usted diga, doc”.
Esa noche, Robert hizo tal como el doctor le había dicho. Sin embargo, justo cuando empezaba a darle algo de sueño, la luz del edificio del frente se encendió. La silueta miraba directamente a su ventana esta vez, y cada movimiento era idéntico al suyo. Extrañado, fue él quien tomó el teléfono y marcó un número que le brotaba en su mente. Al contestar la voz tosca y gruesa salía de su propia garganta, atónito y alterado tiró el teléfono por la ventana, rompiendo en mil pedazos el cristal y viendo que enfrente sucedía lo mismo, como si se mirara a un espejo.
Ya no controlaba su cuerpo, lo único que podía hacer es observar lo que sucedía enfrente y copiar los movimientos uno por uno. Como poseído, abrió el gas de su apartamento y se tiró en su cama, aliviado hasta dormirse. Al abrir sus ojos sentía haber dormido plácidamente y recordando la horrible pesadilla, para olvidarse de ese momento no tuvo mejor idea que prender un cigarrillo, sin saber que la llama de su Zippo sería lo último que iba a ver e iniciar ese incendio que había dibujado la noche anterior.