Titula esta historia sobre unos jóvenes en busca de su vocación

Este historia fue escrita por Fermín Ángel Beraza y surgió a partir de una frase del escritor Antón Chejov que dice: “Cuando pienso en mi vocación, no le temo a la vida”. Lo único que hace falta para terminarla es el título. ¡Participa!

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—Queridos alumnos, no olviden que el pecado está a la vuelta de la esquina; que si lo encuentran, más les vale seguir derecho; que solo el temor a dios les dará la salvación; que el fuego del infierno está pronto para recibir al pecador…—El cura Andrés se puso de pie, despidió a sus seguidores y luego agregó—: Tienen una semana para decidirse por una vocación, de lo contrario, el seminario los estará esperando con gusto…y el celibato también.
Los tres amigos salieron con cara de preocupación del discurso amenazante del cura. Era costumbre de aquel colegio de varones, al finalizar el último año liceal, recibir una charla y pasar por una prueba vocacional. Muchos chicos, terminaban alcanzándole el cáliz en la misa del domingo, al párroco de turno.
—Creo que tenemos que visitar al padre Andrés para que nos aclare algunas cosas —dijo el Guille, preocupado—. No pienso dejar que me impongan una profesión estos religiosos.
—No te aflijas, Guille, el cura habla solo para meternos presión. Tienes que decirle que si a todo y después haces lo que quieres —agregó Enrique P. —. Yo les dije a mis padres que quería ser ingeniero, para que me saquen de esta cárcel y me manden a estudiar a la capital. Pero lo que quiero en verdad es jugar basquetbol, y es lo que pienso hacer mas adelante…solo hay que tener un poco de paciencia.
— ¿Y tu que piensas hacer? —preguntó Guille a Enrique M. que venía caminando distraído un poco mas atrás.
—Como mi padre es militar, la tradición familiar es que yo también lo sea, pero no estoy muy seguro. La idea de manejar un arma para no tener miedo, me parece patética. Para mí, la felicidad está en hacer lo que nos gusta, no lo que es socialmente correcto, y la verdad, ya con estos seis años de represión me alcanzó. —Enrique M. se secó la transpiración de su rostro con la manga de la camisa. El solo hecho de contradecir a sus padres…y al cura, le producía un cosquilleo sudoroso por todo el cuerpo.
Guille volvió a cargar contra el cura Andrés.
—Yo vuelvo la semana que viene, después de la prueba, le tiro los papeles al cura y ¡Me va a escuchar! ¡Que celibato ni celibato! ¡Yo lo que quiero es tirarme alguna zorra de la avenida! Debutar de una buena vez, y después pensar en lo que quiero ser. ¡El padrecito me va a escuchar, si señor! —El comentario del Guille sorprendió a los otros dos amigos: lo tenían por un chico tímido y delicado, y ahora hablaba de acostarse con una prostituta, ¡Todo un cambio para el Guille!
Pasó la semana, pasó la prueba y pasaron ocho años con la rapidez que solo el tiempo puede imponer.
La pequeña ciudad resplandecía de orgullo por cumplir sus cien años de fundación. Desfile cívico-militar, bandas de música, carros alegóricos, guirnaldas y globos, engalanaban la calle principal, para culminar su recorrido en la plaza, frente a la parroquia del cura Andrés.
Los padres de Enrique M. desviaron la mirada a otra parte, cuando su hijo pasó desfilando al frente de una organización de los derechos humanos; a la madre de Enrique P. se le llenó el rostro de lágrimas, cuando su hijo pasó en silla de ruedas, al frente del equipo de basquetbol paralímpico, y cuando el Guille pasó con su insinuante paso femenino , envuelto en una bandera rosada y abrazado a su pareja, Hernán, el viejo cura Andrés se dijo para si: “estos chicos rompieron con el miedo, creo que serán felices”.

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