Te invitamos a continuar esta narración que ha sido escrita hasta el momento entre Valentina Solari y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Fue enviada como parte de este ejercicio en el cual la idea es contar una anécdota de viaje que puede ser completamente real o mezclada con ficción. El título que hay en el momento es temporal y se lo inventaremos una vez la historia tenga final. ¡Participa e invita a tus amigos!
Siempre recuerdo los veranos en casa de los padres de Priscilla, mi mejor amiga. Ese era un lugar de distensión, un alivio a la pesada carga de mi vida en casa. Su casa quedaba a las afueras de la ciudad en una inmensa propiedad y en los veranos, los padres de Priscilla por lo general se iban de viaje a alguna parte, dejando la casa sola.
La casa tenía una gran piscina rectangular, con un trampolín de tres metros de altura en el extremo oriental. Amaba ese trampolín, podía subirme y lanzarme de el sin cansarme por horas de seguido. Hoy en día pienso qué es lo que exactamente me gustaba de esa sensación. Tal vez es el vértigo al caer lo que atrae, o solo aprovechar que es posible caer y no ser aplastado por algo sólido. ¡Que viva el líquido!
Hablando de líquido…