Esta historia fue escrita entre Enrique Castiblanco, Valentina Solari, Fermín Ángel Beraza y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo.
Nada más frustrante que unas vacaciones en la finca de los amigos de mis padres, Ignacio y Gloria Tres Santos. Al ver la desolación y que mi única compañía por las siguientes dos semanas serían cuatro dinosaurios, entre a los cuales cuento a mis progenitores, pregunté de forma instintiva:
-”¿Dónde queda el pueblo más cercano?”.
-”El más cercano, pequeña Julia, es a 50 kilómetros por la carretera del sol, hacia el oeste. Si vas hacia el noreste, a unos 150 kilómetros hay otro pueblo. Pero eso no es lugar para niñas de su casa, es mejor que no vayas más allá del alambre de púas”.
-”Lo sé señor Tres Santos, es solo que me interesa saber todo acerca de la geografía nacional. Una pequeña pregunta y me perdonan pero tengo una imaginación vívida. En caso de que, y que el Señor Misericordioso no lo permita, llegara a haber una emergencia. ¿No es peligroso que el centro de atención más cercano quede a tanto tiempo?
-Por fortuna, el honorable doctor Guzmán es nuestro vecino. Para cualquier emergencia, tenemos atención personalizada.
-¿Y a dónde vive el doctor Guzmán?
-A unos cinco kilómetros.
Tan pronto como mis padres y los Tres Santos se distrajeron contando historias de la adolescencia, vi la oportunidad de escapar. No aguantaba ni un segundo más en ese ambiente. Al caminar sola por el bosque, y con mi sombrero y blusa rojas, me sentí como una Caperucita moderna.
“Solo me falta que aparezca el lobo y la abuelita y estoy completa”, pensé mientras caminaba incómoda entre la tierra arada y los arboles tupidos. Distraída por completo, sacaba cuentas en el aire: 150 kilómetros para el pueblo prohibido es demasiado, 50 para llegar al otro y regresar en el día sin que se dieran cuenta los mayores, un poco difícil, pero acercarme a la casa de ese doctor a ver si encuentro algo de entretenimiento creo que es posible.
Apuré el paso procurando no tropezar con la maleza ni las piedras del terreno, y así ganar tiempo. Si puedo manejarme sola en una ciudad como la capital, bien que puedo orientarme en un lugar solitario y silencioso como éste. Al esquivar unas espinas me pareció ver una sombra que se movió entre los arboles, pero no le di importancia. “Debe ser algún animal asustado por mi presencia”. El chillido de un pájaro me sobresaltó y casi me hace perder el equilibrio, justo cuando saltaba una pequeña zanja. ”Este bicherío del monte ya me estaba fastidiando, porque no habrá gente en estos lugares”, pensé. Otra vez la sombra se me adelantó por la derecha y esta vez sí le vi forma humana, empecé a correr. La casa, supuestamente del doctor, ya se divisaba en el horizonte y cuanto mas corría yo, mas corría la sombra, aunque se mantenía siempre unos pasos detrás de mí.
Debo estar sugestionada, me estoy asustando de mi propia imagen. Me bastó un instante de razonamiento, para darme cuenta que mi sombra, iba del otro lado, la que corría igual que yo, estaba del lado del sol…imposible. En un rellano del camino, ya sin arboles, corrí con todas mis fuerzas, buscando llegar a la casa del doctor. Sentí como un respirar detrás de mí, y el ruido de pasos fuertes y pesados, pero no me volví, al contrario, aceleré.
De un salto trepé los cinco escalones del patio del doctor, y golpeé la puerta con fuerza. Como no me atendían, miré por entre las cortinas de las ventanas, y el supuesto doctor Guzmán, estaba de espaldas a la puerta, mirando el fuego de la estufa. Los pasos se acercaban más y más, el jadeo se sentía cerca, el miedo me estaba alcanzando. Grité el nombre del doctor, por una hendija de la puerta, pero nada, volví a golpear desesperadamente y el doctor quieto, como si fuera sordo.
Paralizada por el pánico, solo atiné a tirarme debajo de un banco que estaba al lado de la entrada y pensar en los consejos de los mayores y que pasara lo que pasara. Levanté apenas los ojos, y vi la presencia fantasmal de la sombra, que no se ocupó de mí, sino que atravesó la puerta cerrada como si nada, produciendo unos extraños ruidos en el interior de la casa: “pobre doctor Guzmán”. Al rato, un señor muy elegante, salió a abrir la puerta y me miró con desconcierto.
“Doctor, por fin aparece. Estoy muy asustada, algo me perseguía por el camino, y entró en su casa, pensé que le había hecho daño”. No podía parar de temblar, y el doctor no se inmutaba. “Me podría decir ¿por que no contestaba cuando le pedí auxilio, acaso no me oía”. ”Recién llego de una caminata” dijo en tono solemne, “el bosque estaba entretenido. ¿Acaso has anunciado tu visita?”. El doctor hizo una seña para que entrara a la casa, pero no me convenció, algo me decía que la situación no era del todo clara.
Cuando intenté dar la vuelta, para devolverme por el camino que había tomado, vi al doctor en frente mío. ¡Imposible que se hubiera desplazado a esa velocidad! Sus ojos eran todos negros, sin iris. Un miedo profundo me invadió. Al parecer no había salida… este era el oscuro final y todo por dármelas de aventurera. ¡Abran las puertas del infierno que llegué yo!