Pánico a kilómetros en el aire

Sólo le falta el título a esta historia que ha sido escrita hasta el momento entre Sebastián Andrade, Luciano Doti y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. El título que hay en el momento es temporal. ¡Participa e invita a tus amigos también!

turbulencia

El piloto Tito Nieves y su copiloto Haroldo Pérez, iban en la cabina de mando de su Boeing 777, con destino a Montevideo. El indicio del radar era claro, por lo tanto el capitán hizo el anuncio: “Estimados pasajeros, por favor abróchense en cinturón de seguridad, en breve estaremos entrando en una zona de leves turbulencias. Equipo de cabina, a sus puestos. Les habla su capitán, Tito Nieves”.

En unos cinco minutos, empezó la turbulencia. Al principio fue leve, como el capitán había anticipado, pero cada vez se volvía más y más fuerte. Entonces se escucharon un par de gritos de pánico, desde la cabina de pasajeros. “¿Es que no saben que estamos entrenados para esto Pérez?”. “Supongo que no todos tienen sangre de tigre capitán”.

La turbulencia se calmó un poco. El capitán agarró de nuevo su micrófono: “Estimados pasajeros, les ruego mantener la calma. Estamos entre una nube y es de esperarse un vuelo turbulento por al menos 20 minutos, pero no hay nada de que preocuparse. Estamos a una altura de 40.000 pies y a aproximadamente una hora de nuestro destino”.

Al terminar sus palabras, un sacudón peor que el anterior azotó el avión. Rezos y alaridos se escuchaban desde la cabina de pasajeros. Ambos pilotos, calmados, se miraron y no pudieron aguantar sus risas. Era una risa de esas incontrolables, que sacan lágrimas y terminan con un dolor de los músculos faciales.

Entonces un fuerte granizo empezó a golpear fuerte en la ventana, al parecer había partes de la nube solidificadas también. La broma se había acabado y los anteriores comentarios de súper hombres eran ideales para un final irónico. Un pedazo de hielo del tamaño de un balón de fútbol reventó la ventana principal de la cabina de pilotos.

Nieves y Pérez se pusieron sus máscaras y soltaron las máscaras de los pasajeros: la peor pesadilla de un viajero nervioso. Los gritos de pánico no se hicieron esperar. Nieves hizo el anuncio: “Es absolutamente necesario que hagan uso de sus máscaras de oxígeno, pues ha habido una despresurización en la aeronave. Recuerden las instrucciones impartidas al comienzo del vuelo. Tendremos que llevar a cabo un aterrizaje de emergencia. Les rogamos mantener la calma, están en buenas manos.

Ahora el viajero más inquieto de todos se retorcía de miedo, enmascarado y asegurado por el cinturón; sus temblores eran similares a un ataque de epilepsia; los dientes le castañeaban de un modo tan violento que parecía que se iban a triturar. Sin embargo, seguía oyendo las risas de la tripulación como un eco lejano. En ese momento, una voz lo sacó del trance en que había caído inducido por hipnosis: “Basta por hoy. Detengamos el simulador. Mañana continuaremos con el tratamiento para viajeros nerviosos”.

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