Continúa o termina esta historia que ha sido escrita hasta el momento entre Jorgemsbd, uno de nuestros usuarios, y el Comité editorial de Cuento Colectivo.
“Aun me pregunto que hice para merecer esto…”. Liliana, o como le decían en su círculo social más cercano, Lilo, trató de expresarse con su último suspiro. Ese fue el último recuerdo de su niñez, de su juventud y de su vida. Dos tazas de café, una pintura blanca y ese sentimiento incesante de que algo andaba mal. ¿Qué expresaba el artista de estas macabras obras? Quizás Lilo lo sabía, pero era ya muy tarde para poderle explicar esto a la policía. Ella, ya había huido…
Una respuesta
No le cabía duda de que de ya no tenía en quien confiar, menos en ellos. Su padre, líder de uno de los principales partidos políticos del país, había percibido la calidad artística de Lilo. Ella se sorprendió mucho, cuando de forma muy generosa, su padre le abrió una nueva galería. Él nunca había apoyado su carrera artística, siempre le había parecido absurdo e inútil esa supuesta ocupación. Hasta el día que se le ocurrió la brillante idea de usar el arte para transmitir mensajes a sus aliados y mensajes subliminales a las masas.
Lilo estaba feliz con su taller, galería y el estilo de vida que se podía dar. No obstante, tampoco era ciega ni estúpida. Ella sabía que detrás de ese súbito interés de su padre, además de su petición cada vez más recurrente de usar el taller y a los contactos en los medios de comunicación para transmitir obras de arte “especiales”, escogidas por él y sus asesores, había algo extraño.
Solo que no sabía bien qué era, su padre se encargaba de mantenerla ocupada con el negocio. Cuando el partido del Gobierno Central entró en disputa directa con el partido del padre de Lilo, la televisión se inundaba cada vez más de noticias de encarcelamientos, fraudes e investigaciones en contra de sus miembros. De hecho, Lilo miraba las noticias, cuando de repente escuchó varios duros golpes en la puerta de su hogar…