Este cuento fue escrito entre Valentina Solari, Enrique Castiblanco, Virgilio Platt, Sandro Vergara y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Te gustó el resultado? ¿Le cambiarías algo? Deja tu opinión en la zona de comentarios de esta entrada.
Emilio Vanegas salía de una consulta de control de donde su otorrinolaringólogo: “Muchas gracias doctor, mándele un cálido saludo a Carmen Elena de mi persona. Espero verlo pronto, por fuera del consultorio eso sí, odio venir acá, no se ofenda”. Al cerrar la puerta, Emilio se dirigió hacia donde la recepcionista a cancelar la cuenta de la consulta con el doctor de manera inmediata.
Gladys, la nueva recepcionista, con un leve sobrepeso, un lunar en la parte superior del labio, pinta labios rojo y un vestido color lila, al ver al señor Vanegas acercarse, dijo: “Buenas tardes señor Vanegas. Imagino que querrá pagar su consulta. Deme un segundo por favor para diligenciar el recibo”.
Gladys pulsó las teclas de su ordenador por unos 30 segundos y se detuvo. Entonces miró al señor Vanegas de forma fija. “No puedo evitar preguntarle. ¿Es usted familiar del Emilio Vanegas que es actor? No es famoso, pero sí ha salido en un par de obras de poca monta. Uno que también practica danza artística”. Vanegas contestó: “Estoy de prisa y no puedo evitar notar que mi recibo está en pausa por banalidades más allá de su incumbencia. No obstante, aclaro que no soy familiar de ese tal Emilio Vanegas, actor y danzarín”.
Mientras Emilio caminaba por la acera, justo afuera del consultorio médico, sintió el frio del invierno más cruel en diez años. No pudo evitar pensar en la pregunta de la recepcionista. Una vez más le ocurría lo mismo. En toda su vida, en más de por lo menos 15 ocasiones, le habían preguntado que si era familiar de alguien con su mismo nombre y apellido. ¿Quién sería ese otro Emilio Vanegas? ¿Qué clase de vida llevaría? ¿Le afectaría de alguna forma su vida el hecho de que en su misma ciudad hubiera alguien con su mismo nombre? ¿Cómo sería físicamente ese tal Emilio Vanegas? Todas esas preguntas rondaban por su cabeza, no cabía duda de que tenía unas ganas enormes de conocer al misterioso actor y bailarín.
Un par de años después, Emilio hacía la fila del súper mercado, las frutas y las verduras se habían acabado en su nevera. Entonces escuchó su nombre: “Emilio, ¿cómo has estado?”. Volteó para ver de quién era la voz femenina, pero no era nadie conocido, al parecer había otro Emilio en la fila. La mujer se acercó a quien saludaba y Emilio no pudo evitar escucharla decir: “No puedo creer que después de tantos años me he vuelto a encontrar con Emilio Vanegas”.
Emilio volteó enseguida, estaba a unos metros del personaje que lo había intrigado toda su vida. Pero eso no era todo, el otro Emilio Vanegas también lo miraba de manera fija.
Emilio espero a que la señora que había escuchado de lejos se fuera, entonces se acercó a su tocayo.
“¿Emilio? ¿Emilio Vanegas?”.
“Sí, soy yo, y no hace falta que me diga su nombre, ya sé quien es”.
“Ah, pues si sabe quien soy, entonces le recomiendo ser más precavido si hay alguien con su mismo nombre y apellido en la misma ciudad. A cada rato se me acercan con rumores acerca de drogas y prostitución y quién sabe qué otras porquerías. Cada vez me toca aclarar que es un tocayo que anda suelto en la ciudad”.
“¿Drogas, prostitución? A mí me hace el favor y me respeta. Es usted muy descarado de venir aquí en un lugar público con estos reclamos, cuando sabe muy bien que se excusa en el hecho de que hay alguien con su mismo nombre en su ciudad, para tapar sus propias fechorías. Como quien dice, le echa el agua sucia al desconocido. Muy fácil su salida… es usted un cobarde”.
“Pues si tanto le molesta la situación, le recomiendo que vaya mañana mismo a una notaría y se cambie el nombre”.
Emilio se fue para su casa, sabiendo que era verdad que antes se había refugiado en que sabía que alguien más con el mismo nombre existía en la ciudad. No obstante, estaba seguro de que su homónimo también aplicaba la misma estrategia. Pensó en lo que le había dicho de cambiar su nombre, pero su instinto sabía que lo anterior era una imposibilidad.