En Cuento Colectivo queremos destacar que por más de cuatro meses consecutivos, México es el país que más visita nuestro portal. Lo sorprendente es que incluso casi tres veces más que Colombia, que es el país en el cual concentramos nuestras operaciones. Queremos rendirle tributo a nuestros seguidores en la bella y única patria mexicana, por lo tanto, proponemos un ejercicio de escritura de ficción en el cual el objetivo sea crear a una leyenda de la lucha libre y, por supuesto, imaginarlo en acción.
“La lucha libre mexicana es la versión de la lucha libre profesional que se caracteriza por su estilo de llaveo a ras de lona y aéreo. Se evoca el término “mexicana” por las diferencias en la técnica luchística, acrobacias, reglas y folklore propio del país que le da una característica de autenticidad con respecto hacia la lucha de otros países. De ella surgen personajes míticos de la cultura popular como El Santo, Blue Demon y Mil Máscaras.
La lucha libre mexicana es una mezcla de deporte y secuencias teatrales que en dicho país, es el deporte-espectáculo más popular, sólo por debajo del fútbol. Está caracterizada por sus estilos de sumisiones rápidas y acrobacias elevadas, así como peligrosos saltos fuera del ring; gran parte de estos movimientos han sido adoptados fuera de México. Muchos de sus luchadores son enmascarados, es decir, utilizan una máscara para ocultar su identidad verdadera y crear una imagen que les dé una personalidad especial”.
¡A escribir cuates!
Una respuesta
Cinco kilómetros, dos más, tengo que acelerar el paso, tengo que forzarme más. Siento el peso de mi cuerpo rebotar en los tobillos, bien, siento más fuerza; ya casi estoy listo.
No sigo rumbo a la casa, tomo la desviación hacia el parque; es de noche, todavía deben estar allí. Antes de llegar le doy una vuelta a la manzana contigua, es sólo para desacelerar y ver si me ven; como siempre, están tan confiados que no se percatan de su medio; grave error, su confianza es el punto débil.
Siguen en el mismo lugar, su número varía, seis unos días, diez el otro; el promedio son seis, los mismos. Veo a sus mujeres-compinches ir y venir, tal parece que están en el negocio, igual carterean que son gancho para que ellos roben –esa será una segunda tarea por averiguar–. Salgo por donde llegué, no quiero ser visto, eso me pondría en peligro evidente, pero, ¿cómo evitarlo?
Llego a la casa y sólo hago media hora de bolsa y un poco de salto de cuerda. No debo llegar tarde al trabajo. Atravesar la ciudad por más que se queje la mayoría de la gente nunca me ha perturbado, me sirve de entrenamiento, me da fuerzas; mientras ellos caen de borrachos o duermen sus excesos, yo me estoy entrenando directo en la selva: correr para alcanzar la pecera, subirse de una mano y aguantar el trajín hasta el metro; correr en los pasillos de transborde (a veces saltar los torniquetes o deslizarme por abajo); empujar para entrar en el andén, mantenerme en el mismo sitio sin hacer esfuerzo y tomarme de un tubo. Salir del metro con todos los botones del saco; correr de subida más de 8 cuadras residenciales para llegar a la oficina; checar la tarjeta, dejar las cosas salir disparado a comprar café y un sandwich, regresar a mi lugar, cambiarme los tenis por zapatos y empezar a teclear justo antes de que llegue la secretaria del jefe (cancerbero sexual de la autoridad); para mi, es todo un gimnasio completo y más.
La hora de comida me sirve para meditar la compra del tolete de policía o el tubo retractil; llevo varios meses de práctica: defensa personal, defensa callejera, lucha sin guantes, etc.; eso me tiene ya preparado para el encuentro, pero, son varios, necesito un apoyo y no me puedo comprometer con alguien, tendría que cuidarlo y eso me puede generar una distracción; no es, quizá y sólo quizá, lo correcto valerme de un “arma”, pero la intención final lo justifica.
Termina la comida y se acerca Gutiérrez, para variar, gritando desde medio pasillo.
–¡Qué? Adónde se va a armar; ¡vámonos ya! No hay condiciones laborales para seguir, ¡se acabó la chamba!… ¿A dónde vamos?
–Falta una hora para checar; no voy a salir un minuto antes, además, tengo trabajo por hacer –claro que tengo trabajo, hoy me toca practicar con maniquíes, comprar mi “arma” y acostumbrarme a ella.
–¿Ya se te arrugó? Insisto, lo que necesita tu vida es adrenalina, algo que te mueva, acción mi hermano, acción antes que te llenes de almorranas.
Gutiérrez, todo un personaje, el típico surfea vida, todo por encima, no se compromete a nada que no sean vanalidades; menos las mujeres, y es normal que no sea una de sus aficiones, ¿quién aceptaría a un patán así?