En este ejercicio se busca que se metan en la piel del personaje y decidan cual va a ser su camino y qué consecuencias tendrá para él esta elección.
Cae la fría noche bogotana, un ambiente dorado y negro producto de las luces intermitentes. La oscuridad y el frío se apoderan de las calles. A pesar del viento gélido que recorre el centro de Bogotá, esta ciudad aun bulle en actividad y a donde quiera que mire hay universitarios riéndose, ejecutivos preocupados y habitantes de la calle tratando de camuflarse con humo y el gris del pavimento.
Caminaba en medio de toda esta paradoja humana, con una profunda sensación de frío y vértigo que me había perseguido durante toda la tarde. Una sensación de inadecuación, de extranjerismo, incluso ante mis propios pensamientos.
Mi autocompasión se vio interrumpida por una silueta enorme de un hombre de aproximadamente cuarenta o cincuenta años, completamente sucio, con una barba mal cuidada, paso cansado y una expresión de alivio y preocupación simultáneos. Su rostro me era tan familiar, como los edificios que me rodeaban. Siempre me buscaba para venderme manillas o pedirme dinero, pero esta vez había algo distinto. Para cuando le pregunté cómo estaba, me mostró su muñeca ensangrentada, amarrada con un caucho para detener de alguna manera la hemorragia.
Quedé algo consternado con la situación, le pregunté si quería ir a un hospital y me respondió que era un lugar muy tétrico. En realidad, más que sentirme responsable de ayudarlo por su herida, me sobrecogió una idea que me lleno de miedo. Me asustó llegar a tal desamparo, a estar herido en la fría noche y no tener nada ni a nadie.
Por esa razón yo…