Esta historia fue escrita entre Sandro Vergara, Paradera Desconocida y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez termines de leer, dinos cómo te pareció el resultado.
Yuma ya había caminado dos mil setecientos cuarenta y un pasos desde la casa de su amigo Renzo, con su bastón. Aunque el sol brillaba, la temperatura era bastante baja y Yuma estaba ansioso por llegar a su apartamento. En una de las esquinas, sintió el calor de los rayos del sol. La sensación era intensa, estos rayos, que se colaban entre dos rascacielos, eran los más potentes que había sentido en toda su larga vida. Buscó con su bastón el desnivel en la calle, los carros pasaban cerca, pero los escuchaba a una distancia segura. Se sentó en la acera… este lugar era confortable.
El cálido abrazo de los rayos del sol lo compulsaba a permanecer ahí. Los carros pasaban cerca, peatones caminaban, conversaban entre ellos.
“Hola, señor… ¿se encuentra bien?”, preguntó un transeúnte, al que llamó la atención la escena, desde lejos. “¿Necesita ayuda? ¿Tiene adonde ir?”
“Muchas gracias por la preocupación, hijo, tienes un buen corazón, pero no necesito ayuda. Donde estoy, estoy perfecto, pues el sol ha empezado a venir a amarme por unos minutos.
De repente la mirada del transeúnte queda absolutamente deslumbrada. Ciega de luz, atravesada por Él, por los ojos, por la boca, por los estigmas poetas de las manos. Asciende más allá del firmamento pasajero, hasta prenderse a su ardiente elemento.
Algo más que insolación pura y simple… ardiente. Pura convulsión de quemadura temblando como llama al contacto de su piel entera. Al tiempo incandescente… sobre el párpado urbano del sueño anochecido.