Atentando contra el arte

Te invitamos a seguir o terminar este cuento que ha sido escrito hasta el momento entre Jorgemsbd, Virgilio Platt, Sandro Vergara, Héctor Cote y el Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos, el que hay en el momento es provisional.

pintura

“Aun me pregunto que hice para merecer esto…”. Liliana, o como le decían en su círculo social más cercano, Lilo, trató de expresarse con su último suspiro. Ese fue el último recuerdo de su niñez, de su juventud y de su vida. Dos tazas de café, una pintura blanca y ese sentimiento incesante de que algo andaba mal. ¿Qué expresaba el artista de estas macabras obras? Quizás Lilo lo sabía, pero era ya muy tarde para poderle explicar esto a la policía. Ella, ya había huido.

No le cabía duda de que de ya no tenía en quien confiar, menos en ellos. Su padre, líder de uno de los principales partidos políticos del país, había percibido la calidad artística de Lilo. Ella se sorprendió mucho, cuando de forma muy generosa, su padre le abrió una nueva galería. Él nunca había apoyado su carrera artística, siempre le había parecido absurdo e inútil esa supuesta ocupación. Hasta el día en que se le ocurrió la brillante idea de usar el arte para transmitir mensajes subliminales a sus aliados y a las masas.

Lilo estaba feliz con su taller, galería y el estilo de vida que se podía dar. No obstante, tampoco era ciega ni estúpida. Ella sabía que detrás de ese súbito interés de su padre, además de su petición cada vez más recurrente de usar el taller y a los contactos en los medios de comunicación para transmitir obras de arte “especiales”, escogidas por él y sus asesores, había algo extraño.

Solo que no sabía bien qué era, su padre se encargaba de mantenerla ocupada con el negocio. Cuando el partido del Gobierno Central entró en disputa directa con el partido del padre de Lilo, la televisión se inundaba cada vez más de noticias de encarcelamientos, fraudes e investigaciones en contra de sus miembros. De hecho, Lilo miraba las noticias, cuando de repente escuchó varios duros golpes en la puerta de su hogar… abrió su puerta.

Dos hombres elegantes pero del tamaño de gladiadores estaban allí. “¿Señorita Liliana Yang?” preguntó uno de ellos. “Así es, ¿qué se les ofrece?”, contestó Lilo. “Es necesario que venga con nosotros”, ordenó el mismo. “No voy a ninguna parte con desconocidos que no se han siquiera identificado”.

“Somos agentes del gobierno. Tenemos órdenes estrictas de llevarla a la Central de Inteligencia. Nos especificaron, además, que fuéramos lo más diplomáticos posibles, y que no usáramos la fuerza, a menos de que fuera necesario”.

“¿Es eso una amenaza?, pedazo de sabandija. Conozco mis derechos, no pueden forzarme a ir a ninguna parte. ¿Quién les dio la orden? ¡Respóndanme enseguida! Lilo cerró la puerta de su casa. Corrió al teléfono para llamar a su padre, pero fue inútil. Los dos agentes derribaron la puerta, la agarraron sin ningún problema, a pesar de su forcejeo, le pusieron una bolsa negra en la cabeza y se la llevaron en una camioneta negra de vidrios oscuros, con placas oficiales.

Dentro de la bolsa de tela negra, Lilo sudaba, siempre le había tenido miedo a la oscuridad. Su constante movimiento, causó que uno de los hombres le colocara un trapo con sustancias químicas en su nariz y boca. Cuando despertó, todo todavía estaba de negro y le quitaron, al instante, la bolsa de tela negra. Nunca se esperó ver a la primera persona que vería.

Era la mujer de sus sueños, o mejor, de sus pesadillas. Una mujer alta y delgada de aspecto aguerrido y sofisticado la veía frente a frente. Había tenido sueños recurrentes de persecución en los que aquella mujer aparecía desfigurada, siempre hambrienta y voraz, siempre despiadada, con garras y aspecto demoniaco levantaba afanosamente su cuerpo para abalanzarse sobre Lilo, y allí en medio de gritos y aullidos la inhumana mujer devoraba su cuerpo mientras Lilo, completamente aterrada, miraba impotente.

¿Quién era ella? ¿Por qué esta mujer aparecía en las noches para robarle la tranquilidad del sueño? ¿Cuáles eran sus intenciones? No importaba ahora, descifrar esas cuestiones no tenía ninguna relevancia, ahora solo podía esperar dolor. Sus brazos se estremecieron al pensar en la larga noche que tendría por delante, recordó rápidamente aquellos rumores sobre torturas interminables, sobre dolores inenarrables, sobre suplicas desoídas, sobre el infierno del olvido.

Las manos de la mujer se acercaron al rostro de Lilo que, blanco, se resistió lo que más pudo al contacto. Acariciaron su mejilla y apartaron su cabello. Lilo no podía pensar en otra cosa que en su propio cuerpo deshaciéndose en trizas entre las cadavéricas manos de la mujer. Su inspiración artística tenía gran sentido de la ironía, justo ahora podía pensar en mil formas de representar del desgarro del cuerpo, la diáspora de la integridad humana…

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