Continúa o termina esta historia que ha sido escrito hasta el momento entre Héctor Cote, Julieth Villamizar y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo.
Ese bendito reloj que no avanza. ¿En qué momento decidí levantarme tan temprano hoy?, ¿por qué no he podido dormir? Qué tontería, el tiempo se ha detenido. Traté de distraerme un poco tomando una ducha y arreglándome, pero incluso tomando un respiro entre uno y otro terminé demasiado temprano.
Me serví algo de comer y no encontré mejor lugar para sentarme que frente a aquel reloj de madera con números dorados que parece estarse deteniendo un instante más en cada segundo sólo para sacarme de quicio. Me tiembla una mano, puedo escuchar mi corazón en mis oídos, ese martilleo que me deja cada vez más intranquilo.
¿Por qué no puedo controlarme, por qué su regreso me pone tan nervioso? Hacía ya mucho tiempo que no tenía esta sensación y no sé por qué ahora regresa tan repentinamente. Es claro que cuando los sentimientos hibernan viven más que sus portadores. Pensé que habría superado esta sensación, pensé que sería cosa de inmadurez, los arrebatos de un niño… pero después de tanto tiempo vuelvo a sentirlos como si fuera la primera vez.
Para cuando llegó el momento subí al coche y me dirigí al café de siempre, donde nos habíamos reunido fecha a fecha durante dos años. Aquellos dos años que pensé se los había tragado el tiempo. Conduje a la perfección esta vez, atendiendo a todas las señales. Si iba a morir no quería que fuera antes de llegar al café, quizá mañana podría morir, quizá ayer, pero hoy no. Hoy regresaría al fin y nada ni nadie podía arrebatarme aquel momento.
Al llegar allí vi su figura, tan noble como siempre, tan estilizada. Cómo podía tener una pose tan tranquila mientras mi mundo estaba a punto de estallar de una extraña euforia, mi corazón no paraba de correr a toda prisa, al punto de preocuparme por estallar en esta extraña mezcla de alegría y nerviosismo.
Al acércame a ella su bella sonrisa calmo mi corazón, por fin volvíamos a vernos, sin duda seguía estando bella para mí y mis sentimientos hacia ella estaban intactos, el aroma de su cuerpo removió en mi cada momento ocurrido. Fue su saludo lleno de emoción y de cariño, el que me hizo sentir sus deseos de revivir aquellos instantes que llenaban nuestra vida de felicidad, sin duda alguna ella era capaz de relajarme en toda situación y de llenar mi corazón de mil colores.
2 respuestas
Entramos al café, que por varios años había sido nuestro lugar predilecto, y estaba justo como lo recordábamos. Un ambiente cálido, con bellos cuadros de arte y sillas algo rusticas.
Una buena taza de café pedimos, mientras llegada, charlamos un poco sobre las cosas que han transcurrido estos dos años donde ninguno sabia nada del otro…
Nos acomodamos en una mirada, podría vivir aquí eternamente, en esas pupilas, recostado, mirando como ella lo hace, profundo, decidida y tiernamente. Fuerte y vulnerable al mismo tiempo.
Creo que aun la amo. Sí, aun la amo, sus ojos me lo dicen.
Quizás no sea tan distinto de ese reloj que pareciera que quisiera soltarse del tiempo, revelarse e ir dejandose tocar por la eternidad.
¿Acaso no es bello el deseo de aquel reloj de madera, que sintiendo el peso de su deber de marcar los tiempos, de sentirse verdugo de la muerte, de decir hasta aquí esto y hasta aquí lo otro, soñara con sentir, aunque solo fuera por unos instantes, que esos intantes no se notaran?
Sí, como esta mirada, eterna, de la que no deseo escapar. Como esta mirada que se ha abierto como una herida al tiempo, como portal de la nada y a la vez tan lleno de amor.
Ese reloj de madera y números dorados, ese bandido revolucionario, me estaba mostrando la agonía de vivir atado a la ilusión de su existencia.