¿La mano del destino?

Este cuento fue creado entre Marlene Arias y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez termines de leer la historia, dinos como te pareció el resultado y si le hubieras agregado algo, o no. Tu retroalimentación es esencial y puedes hacer tu aporte en la zona de comentarios de esta entrada.

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Carlos estaba en su celebración, era su cumpleaños número cincuenta. Su esposa y sus hijos habían invitado a toda la familia, amigos y uno que otro vecino chismoso y metido. Él hubiera querido evitar que toda esta gente se reuniera en su honor, pero le fue imposible. Pensar que con la mayoría nunca se veía, menos se hablaban y nunca se habían preocupado si algo le pasaba.

De pronto sintió enormes deseos de levantarse de su silla, de subirse a la mesa, de botarlo todo por la borda y de cantarle algunas verdades a cada uno de los invitados. Y así se quedó imaginando qué le diría a cada uno… pensando, sonriendo, maquinando por dentro.

A su tío Carlos le diría, mientras le echaba el café por la cabeza, que nunca olvidó cuando fue a su empresa a aplicar a aquel trabajo de limpia vidrios que tanto necesitaba. Estaba recién casado y esperaba su primer hijo. Sin embargo, el tío Carlos, con desdén le dijo: “sobrino, toca estudiar, toca prepararse, no puedes desacreditar el apellido de la familia”.

¿Qué le diría a su padre? Si así se le podía llamar. El hombre llegó muy orondo, muy puesto, muy señor, con su nueva esposa, después de haberlos dejado en la pobreza, a su madre enferma y tres hijos que mantener. A él que no se ocupó nunca de ellos ¿que podría decirle? Nada, le pondría un cup cake a cada lado de su hermoso y fino saco, y lo restregaría hasta cansarse, para desquitarse de tantos años de abandono.

A sus hermanos, uno abogado y un economista, les reclamaría el no estar pendientes de su madre en sus últimos días, pero los felicitaría por ser tan prósperos y exitosos en sus negocios. A ellos solo les pondría encima de sus cabezas las copas de vino. Y así, absorto en sus pensamientos, escuchó a su esposa: “llego tu hora mi amor, debes dar el discurso”.

Carlos se levantó de la silla, tomó su copa y empezó diciendo: “Hoy quiero agradecer a cada uno de ustedes por estar aquí. Todos son importantes y los aprecio mucho. Entonces se quedó callado y se hizo un silencio que calaba en los huesos, que dolía. Todos los invitados murmuraban, opinaban y no faltó quien solicitó un doctor.

Carlos carraspeo y solicitó atención: “quiero que se sientan bien, que coman y beban hasta que se cansen, pero de algo sí estoy seguro y es que no quiero ser una persona hipócrita. Por eso deseo decirles que no quiero volverlos a ver nunca más. Al decir esto, alzó la copa y bebió de ella. “Salud”, dijo, pero no contaba que con el vino se iba a ahogar, lo cual le produjo la muerte instantánea.

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