Te invitamos a seguir esta narración que apenas comienza. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos. El que hay en el momento es provisional. Puedes hacer tu aporte en la zona de comentarios de esta entrada o escribiendo a comiteeditorial@cuentocolectivo.com.
La muerte parecía algo impaciente cuando la vi esperando en el pasillo. Entré sin decir nada, como era nuestro acuerdo, pero al llegar a cama de aquella niña se rompió mi compostura. Supe entonces que se encontraba en aquella etapa en la que nadie puede saber qué sucederá con ella. La incertidumbre es el peor de los males e incluso la muerte parecía contrariada. Me acerqué a ella y puse mi mano sobre su frente, sus ojos grandes llenos de esperanza buscaban una razón para abrirse con entusiasmo, un doctor amable, un rostro conocido, incluso un vaso de gelatina habrían sido suficientes para hacerla sonreír, pero en lugar de eso estaba yo…
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pensando en las palabras de mi maestro, mentor y jefe de área, “no se te puedes dar el lujo de involucrarte con un paciente; cualquier error basado en tus sentimientos le puede costar la vida”.
Así que me concentré en sus signos latentes, sin verla a los ojos más. Tome la carpeta con las indicaciones del seguimiento que reposaban en la canastilla de la cama por delante de la cabecera. La temperatura que presentaba no tenía relación con nada: en la tarde bajaba, subía a la dos horas hasta llegar a fiebre, bajaba en menos de cinco minutos; se mantenía constante durante horas y en un segundo sin más subía y bajaba de la misma forma. Intenté graficar mentalmente un ciclo de los cambios, sin éxito, entonces busqué en los medicamentos buscando la fuente; nada. Las pruebas de sangre y de su orina no demostraban nada fuera de lo normal, una leve presencia de bacterias si acaso. Las plaquetas estaban bien; no había dolor focalizado, sin embargo, la variación de su temperatura era más que evidente, de frío tiritante a fiebre.
Mi teléfono vibró en esos momentos; al consultar, la pantalla mostraba la llamada de mi hija; mi concentración por no poner sentimientos, como mi mentor decía, se vino a bajo por un instante, claro que pensé en qué haría si mi hija estuviera en la situación de esta niña; al fin y al cabo, como padre, estaría dispuesto a todo, a recurrir a varios médicos y utilizar todos los recursos, daría un órgano para… ¡Eso! Un rayo de esperanza salió de repente. Ya habíamos realizado todo tipo de análisis esperando encontrar la causa, todos realizados en ella, pero, ¿si es algo hereditario?, ¿si es una especia de defecto congénito?, ¿algo en los genes de los padres?
Salí de inmediato del cuarto y busqué a una enfermera, le di indicaciones para que citara a los padres y tomarles placas y muestras de sangre, orina y hasta de piel.
Salí al laboratorio para poner énfasis en mi hipótesis; fui con la jefe de enfermeras para ver la posibilidad de rolar a las enfermeras y checar las variaciones de temperatura durante toda una semana.
Una hora después, me di cuenta que nunca le contesté a mi hija su llamada…
¿Quién era yo más que un servidor de quien esperaba en el umbral de la sala? Me llaman de varias formas: el último suspiro, la calma final… Pero solo son rótulos cuando no hay más que designios. Los humanos tienden a etiquetar con significantes para invocar mediante la palabra lo que los rodean pero a lo que no pueden palpar los etiquetan para darles algo de tranquilidad a lo que no ven pero sienten.
La miré o y ella me sonrió o eso parecía, la tomé por la mano y antes de que pudiera abandonar este plano en paz me percaté que una presencia estaba a mis espaldas… Era ella. Sí, la muerte quien esbozaba una especie de mueca y dulzura hacia la pequeña. Solo me detuve y vi que ambas se contactaban…