Este cuento fue escrito entre Fermin Angel Beraza, Enrique Castiblanco y el Comité editorial de Cuento Colectivo. Fue inspirada en palabras del escritor estadounidense Nathaniel Hawthorne, palabras que figuran al comienzo de la narración. ¿Cómo te pareció el resultado?
“Mostrar cómo la más cruda verdad despoja progresivamente a una persona amada de todos los hermosos atributos con que la ha envuelto la imaginación, hasta que el ángel se transforma en mujer común y silvestre. Sin caer en la caricatura, la narración destilará un humor sereno, pero sobre todo tristeza. La historia podrá describir cómo cambian los sentimientos del enamorado ausente debido a una serie de hechos que revelan la genuina forma de ser de su amada. Al final, cuando se reencuentran, ella advierte que él también la decepciona. Se podría tal vez, no revelar hasta dicho momento el meollo de la historia”, concluyó ufano el profesor Stivenson su alocución frente al joven auditorio que lo seguía con atención.
En la cátedra de Historia de las Ideas de la Universidad Estatal de Nueva Orleans, Stivenson era” juez y jurado”, y disfrutaba de la incertidumbre que sembraba en el estudiantado joven. Cada párrafo suyo, cada frase, cada comentario y acaso cada palabra suya caía como plomo en aquellas fértiles mentes de los alumnos, que se veían obligados a discernir y descifrar el significado de cada una para la próxima clase y no transformarse en el blanco de las burlas y chanzas del autoritario profesor.
Con la campanada de final de clase, los jóvenes salían por los pasillos comentando las posibles connotaciones del tema tratado.
— Maldito autócrata, dijo Eric enojado, que sabe el viejo de cambiar sentimientos si nunca salió de entre estas oscuras paredes. Claro que la gente cambia, cambia cuando tiene opciones y es obligada a cambiar cuando no las tiene.
— Cálmate amigo, intervino Mary, él solo nos quiere hacer pensar sobre el amor y las decisiones a tomar para el futuro. Espero que mi amado no cambie de opinión sobre mí ya que motivos no le he dado.
—Claro que no les das motivos a tu querido John que bien lejos se encuentra, retrucó Eric, si la cofia que ata tus cabellos está atando también tus pensamientos. No sé por qué no estamos en Europa donde se puede pensar libremente, y no en esta sociedad prejuiciosa llena de ataduras y complejos.
—Dices eso porque aún no te has enamorado Eric, espera a que te llegue el momento y después me cuentas. Para que sepas, amo a John con toda mi alma, y él a mí, y que el destino nos haya separado momentáneamente por cuestiones de trabajo, no significa que nuestra decisión de estar juntos para toda la vida cambie. Nuestros actos y aconteceres de cada día, aún en la distancia, están dirigidos por el amor que nos une, y lo que el viejo diga en clase sobre despojarse de imaginación para conocer a otra persona a mí me tiene sin cuidado, sé lo que soy, sé lo que amo. Aunque soñadora y romántica, Mary dejaba traslucir una firmeza en sus decisiones que en verdad Eric admiraba, y tal vez le gustaría estar en el lugar de John sin que conscientemente lo supiera.
—Por ahora estoy enamorado de la libertad, le aclaró Eric, y si en ella hay una figura de mujer todavía no lo sé y tampoco sé si quiero saberlo. Lo único que tengo que hacer por ahora es saber cómo retrucar aquella conclusión del viejo Stive para mañana. No pensaba ni en sueños hacérsela fácil al prestigioso profesor ya que como aquel, él también disfrutaba de los acalorados diálogos y confrontaciones que se producían en clase.
El diálogo se cortó bruscamente cuando giraron a la derecha para abandonar el penumbroso pasillo y el reflejo del sol les dio de lleno en la cara, anunciando la salida del viejo edificio. Apenas alcanzó para un saludo entre ambos cuando la marea estudiantil se dispersaba rápidamente escalera abajo, y antes de subir al Mustang 72, regalo de sus padres cuando cumplió la mayoría de edad, Eric llegó a decir: “mañana te paso a buscar y continuamos la charla”. Aunque su atribulado cerebro no esperaría tanto. Le sorprendió la consistencia de sentimientos que Mary tenia respecto de su amado, pero sabía que todo eso caería como castillo de naipes si una brisa de duda llegara a rosarlo.
A la mañana siguiente cuando estacionó su auto para levantar a Mary, no tardó en darse cuenta de que la situación había cambiado, o por lo menos los enrojecidos ojos de ella así se lo hacían notar. Ni bien subió al auto y conociendo la suspicacia de su amigo, Mary le extiende una estrujada hoja, que en su momento sería una prolija carta, sin darle tiempo de preguntar nada. Más bien fue ella la que tomó la iniciativa: “llévame a cualquier parte menos a la clase de Stivenson”. Dijo mientras se descargaba en un mar de lágrimas. Antes de arrancar, Eric echa una ojeada a lo que quedaba de la carta, lo que le alcanza para saber los motivos de tanto dolor. La firma de John al final era irrefutable.
El suave viento que acariciaba sus cabellos por sobre el parabrisas del descapotable aclaraba lentamente las ideas de Eric mientras Mary acurrucaba su cabeza en su hombro. “Quizá debí contarle cuando mi amigo que trabaja en la misma ciudad que John, me contó de la doble vida que este llevaba; no pensé que aquella brisa llegara tan pronto y que el castillo resistiera tan poco; tal vez el viejo Stive sí tenga razón con su parloteo”.