Alleanza e vendetta

Este es nuestro cuento final más reciente, escrito entre Enrique Castiblanco, Virgilio Platt, Sebastián Andrade, Sandro Vergara, Alfredo y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Te gustó el resultado?

George ZimbelAntonelli versus Cacciatore… una rivalidad de cuatro generaciones atrás. Mientras Fillipo Cacciatore salía de la ópera, vio como tres hermanos Antonelli, Giorgio, Giuseppe y Ágato, caminaban en su dirección. Era una situación de desventaja total, similar a la que había experimentado Giorgio, el menor de los hermanos, hacía un par de semanas a manos de los Cacciatore.

“Pero qué tenemos aquí… Filippo Cacciatore, sin su usual manada que lo hace sentirse grande. Hoy es día de revancha, bastardo, nos aseguraremos que el mensaje le llegue claro a toda tu asquerosa familia”. Entre Giuseppe y Agato sostuvieron a Filippo, mientras Giorgio, con manoplas de hierro, lo golpeaba en el rostro y cuerpo. Después de unos minutos, entre todos pateaban a Filippo, quien sangraba en el suelo.

Entonces se escuchó el chillido de unas llantas. Los Antonelli voltearon y tres primos Cacciatore se bajaban de su auto negro. Hubo un intercambio de fuego breve, que cobró la vida de Giuseppe Antonelli y dejó herido de gravedad a dos Cacciatore, incluyendo a Filippo. Mientras los heridos descansaban, el resto del clan Cacciatore planeaba su venganza.

“Les toca a ellos venir por nosotros”, dijo Fabrizio. “Los conozco demasiado bien y sé que no dejarán pasar la muerte de Giuseppe sin una guerra. Tenemos que esperarlos aquí, con todo lo que tenemos”.
“Claro, como no es tu casa la que van a volver añicos”, contestó Marco a la idea de su primo. “Lo mejor es declararles la guerra frontal y acordar una zona de combate, por así ponerlo. No creo que una estrategia de contra ataque desde mi casa sea tan genial”.

“Siempre tan práctico, primo. Eso es lo que amo de ti” comenta Fabrizio. “Pierre Luigi, ya escuchaste. Encárgate de esa llamada. De todas formas, creo que está demás advertir que hay que estar alerta hasta que cada una de esas ratas muera. No me fio de treguas con ningún Antonelli”.

El día del encuentro, en una de las bodegas abandonadas del puerto marítimo, todos los Cacciatore esperaban el momento de la acción con escopetas, revólveres, bates, cadenas y el resto de su arsenal. Fabrizio mira a sus familiares, con cara de bravucones, y suelta una carcajada. “Somos un estereotipo andante” dice gesticulando con sus manos. “Después nos quejamos de la mala fama que nos dan los estadounidenses con “El padrino” y todas las demás películas sobre La Cosa Nostra, y nada más míranos”.

“Mejor cállate Fabrizio, si no quieres dormir con los peces”, responde Marco, mientras hace una cara con la cual imita a Dustin Hoffman en El Padrino. “No, pero hablando serio, es obvio que de algún lugar tienen que venir los estereotipos”. A lo que Fabrizio, con una pizza margarita en la mano que había traído de reserva, por si las moscas, responde: “No estoy de acuerdo”.

En ese momento los Cacciatore son emboscados por cientos de “Carabinieri”, como le dicen en Italia a El Arma de Carabineros o policía militar. La operación estaba al mando de un nuevo y joven comandante de apellido Angelucci. Antes de que Fabrizio Cacciatore entrara, esposado, a la furgoneta de los Carabinieri, vio a lo lejos como el comandante Angelucci le apretaba la mano a Ágato Antonelli. Al parecer fichas solapadas se habían movido entre el ala corrupta del gobierno y el bajo mundo al cual pertenecía… el jaque, esta vez, había sido para su familia.

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