Cuento en construcción
Lean por dónde va este cuento gracias a los aportes de Nai, Virgilio Platt, Jairo Echeverri García y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Sigan participando, todavía falta un poco para que se vislumbre un final. La etapa de construcción para este cuento está abierta de forma indefinida.
Sebastián vivía en la calle 8, justo en frente de la Escuela Real de Música y Danza. Las piezas de Mozart, Beethoven, Bach, Tchaikovsky, etcétera, fueron prácticamente la banda sonora de su infancia y adolescencia. Un día, cuando tenía sólo cinco años, mientras se escuchaba a todo volumen la novena de Beethoven desde la escuela, Sebastián, quien seguía la composición con su cabeza y cuerpo, no se pudo contener más. Le insistió a su abuela para que lo llevara al lugar donde provenía esa música.
La abuela comprendió que debía hacerlo, que era el destino indicándole el camino. Entonces cogió su chaqueta, abrigó a Sebastián, tomó las llaves que estaban en la pecera al lado de la puerta y salió del apartamento. Sebastián estaba poseído, con los ojos fijos en la nada. No caminaba… flotaba. Estaba a merced de la música.
La abuela le explicaba que esa música era universal, que no necesitaba de idiomas ni de traductores para hacerla llegar a todo el mundo. “¿Cómo se hace para hablarle al Universo, abuela?” preguntó Sebastián en su estado de posesión musical. “Con mucha práctica, paciencia y amor, mi niño”, contestó la abuela “es como aprender a hablar otro idioma pero en silencio, sin la boca ni las palabras, sólo con los sentimientos”. “¿Qué son los sentimientos, abuela?”. “Es lo que te pasó cuando escuchaste esa melodía y quisiste que te llevara a ella. Cuando lleguemos sabremos qué sentiste”, respondió ella.
Para Sebastián fue un camino tortuoso, aunque apenas se dio cuenta de eso. A medida que caminaba hacia la fuente de su hechizo, sentía que sus pasos se volvían cada vez más etéreos, suaves, livianos. Como si caminara sobre copos de nubes, suaves y blanquecinos. La abuela le contaba la historia de la melodía que le había gustado tanto a su nieto pero él ya no escuchaba… estaba perdido en la música. Cuando llegaron a la fuente, Sebastián sonrió. Su abuela comprendió que tendría que contarles a los padres del niño, cuando volvieran del trabajo, que su hijo ya no sería el mismo.
Enseguida una de las profesoras del instituto se acercó sorprendida. “Hola… ¿En qué puedo ayudarlos?” dijo, sin quitarle la mirada de encima a Sebastián. La abuela de Sebastián le respondió “nosotros vivimos justo en frente, el muchacho tuvo el impulso incontrolable de saber de dónde provenía esta bella música, que si no me equivoco, es del gran Beethoven”. “No se equivoca señora. ¿Dónde practicaba antes el muchacho la danza?” le preguntó la instructora. “Cómo así, Sebastián nunca ha estado antes en clases de danza ni de música de ningún tipo” respondió la abuela. “No puede ser” dijo la profesora. Entonces se agachó y le preguntó a Sebastián “¿Dónde aprendiste esos movimientos Sebastián?”. Sebastián le dijo: “De ninguna parte señorita. Es sólo lo que siento cuando escucho esos sonidos. No se cómo explicarlo”.
Entonces la profesora dijo: “El curso para principiantes de danza contemporánea abre en un mes aproximadamente. Me encantaría que Sebastián pudiera asistir”. La abuela le respondió “Es muy gentil de su parte señorita…”, “Madame Violet” le respondió la instructora. “Madame Violet, muchísimas gracias por la propuesta, pero estos últimos meses han estado algo difíciles para todos en la familia en materia económica. No podemos darnos ese lujo”. Madame Violet lo pensó por un rato y después dijo: “Voy a ver qué puedo hacer al respecto, pero creo que con Sebastián podríamos hacer una excepción. Por favor, déjeme sus datos y yo me pondré en contacto con ustedes en unos días…
3 respuestas
Al día siguiente la maestra llamó a la casa de Sebastián a informar que había logrado que lo becaran por un periodo de seis meses en la escuela. Y esos meses se convirtieron en años… el talento de Sebastián era inmenso, sin embargo, lo único que todos sus maestros le reprochaban era su actitud. Sebastián era muy consciente de su talento, él hacía de forma natural lo que los demás se demoraban meses e incluso años perfeccionando y eso le daba una especie de seguridad excesiva que a veces ocasionaba que descuidara sus prácticas o se dedicara al ocio.
Ya Sebastián tenía 17 años y hacía dos meses no había vuelto más a la escuela, a pesar de las insistentes llamadas de sus compañeros y maestros. Ahora sólo se dedicaba a pasar tiempo con Julieta, su nueva novia y con un nuevo grupo de amigos y amigas con los que se la pasaba de fiesta en fiesta y de borrachera en borrachera.