Cuento en construcción
La idea de este ejercicio es contar una breve historia de lo que le ocurre a la persona que recibe el billete de cinco dólares y terminar la historia cuando la persona entrega el billete a alguien más, para así continuar sucesivamente. La historia ha avanzado de esta manera gracias a los aportes de Gladys Trujillo, Sekas, Samuel A. Losada Iriarte, Virgilio Platt y Cuento Colectivo. Sigan participando que el final se aproxima. Una vez sepamos el final, podremos inventarle títulos al cuento.
Mientras Pablo iba en su Jeep camino a la playa, escuchando a Bob Marley, con sus gafas de sol puestas, hablaba con su novia por el celular: “Así es bebé, me voy a encontrar con Daniel y todo el grupo en Playa Brava que el reporte de hoy pronosticó olas masivas. Listo nena, después te llamo”. Cuando colgó, notó a unos metros un aviso que decía “Coco frío”, enseguida se detuvo. “Oye amigo, dame un coco por favor”, el señor del puesto de cocos con un machete cortó la parte superior del coco e insertó un pitillo. Pablo bebió del líquido en menos de un minuto y al terminarlo hizo un sonido de placer. “Gracias amigo”, dijo Pablo al entregarle un billete de cinco dólares al señor “Quédate con el vuelto”.
“Hoy debe ser mi día de suerte”, pensó Eliecer, el señor vendedor de cocos, mientras veía a aquel noble individuo partir en su Jeep “con esto se hubiera podido comprar cuatro cocos más”. Eliecer permaneció sentado en su puesto que quedaba justo a un lado de la carretera. Pasaron varias horas y Eliecer veía a los vehículos pasar, uno tras otro, pero ninguno se detenía. Cuando ya eran casi las 5 p.m., una camioneta se detuvo.
Era un hombre de mas o menos cuarenta años que regresaba de la playa, junto con dos acompañantes mucho más jóvenes que él. “Deme dos cocos ” dijo el señor. “Ay papi yo también quiero”, dijo la jóven que iba en la parte de atrás de la camioneta. “Ya oíste, otro más… y apúrate viejo inútil que no tengo todo el día”. Eliecer se apresuró y le entregó los cocos al señor, quien le dió un billete de diez dólares. Eliecer le regresó el billete de cinco y dos dólares más de cambio.
“Ya era hora” dijo el tipo, arrebató el último billete de la mano de Eliecer y arrancó. Iba refunfuñando porque ya se le había hecho tarde para la cena que tenía pactada con su familia por el aniversario de sus padres. A dos kilómetros del puesto de cocos la camioneta empezó a hacer un ruido nada usual y de repente resonó. El humo era espeso y según sus escasos conocimientos de mecánica el problema estaba en el radiador.
Desperdició mucho tiempo antes de admitir que necesitaba la ayuda de un mecánico, que por cierto le cobró muy caro, pero se debió a que, además del daño inicial, el intento de este hombre por “reparar” su camioneta terminó empeorando el asunto. “20 y 20, 40, y 50 son 90 y dos de 5… 100 dólares amigo, y espero que por ese dinero haya quedado como nueva. “Pues es eso, o quedarse en el camino amigo” dijo el mecánico.
Tras escupir en el suelo y ajustarse la gorra, el mecánico volvió a contar el dinero. Guardó casi todos los billetes en su billetera, pero puso los de cinco en el bolsillo. “Este imbécil por lo menos sabía contar”, pensó tras recordar cómo había intentado reparar la camioneta por su cuenta. Una vez en su cabina, no supo si leer alguna revista o encender la tele. Se decidió por lo segundo.
Estaba a punto de dormirse cuando unos golpes en la puerta lo sobresaltaron.
Al principio creyó que estaba dormido, se mantuvo en silencio por un rato. Se restregó los ojos varias veces, antes de darse cuenta de que no estaba frente a un ángel, sino ante una hermosa y delicada monja, quien sonreía como si estuviera feliz de estar ahí. “Buenas tardes señor…” empezó a decir, pero el mecánico se adelantó. Había visto la cajita que llevaba, sacó uno de los billetes de cinco dólares y lo puso ahí. “Encantado de contribuir a su causa… cualquiera que sea”.
Caía la noche y la cándida hermana se convertía en presa fácil de los delincuentes que habitaban las oscuras calles del barrio. Sólo era cuestión de tiempo antes de que la despojaran de sus limosnas, ni dios la podría salvar de lo inevitable. Acababa de salir Juanito Alimaña de un edificio de esquina que servía como prostíbulo, cantina y residencia, éste, adornado con luces de neón rosadas, tenía de nombre “Sodoma”.
El rufián se disponía a salir a trabajar, elegante y perfumado, como siempre. De repente siente que le tocan el hombro y cuando voltea, era la hermosa y delicada monja que con una sonrisa celestial le muestra la caja a Juanito. Juanito sonríe con picardía y le dice a Omaira, una prostituta que estaba parada en la puerta de Sodoma, “si viste Omaira, dios existe”. Juanito saca el puñal de su gabán y le aparta los dedos a la monja de la caja, la abre, se queda con el dinero, le da cinco dólares a Omaira, mira a la monja y le dice “Bendiciones hermana, vaya con dios”.
Muertos de la risa, Juanito y Omaira entraron a una de las habitaciones. “Monja pendeja. Caminando a estas horas por mi zona. Te tengo una sorpresa Omairita” dijo Juanito. A Omaira enseguida le brillaron los ojos porque supuso de qué se trataba. Juanito sacó de su billetera una pequeña bolsa con 2 gramos de cocaína. Tras moler la roca de coca Juanito echó el polvo blanco en un espejo y con la tarjeta de puntos del supermercado hizo cuatro líneas. Juanito mira a Omaira, quien ya tenía el billete de cinco dólares que Juanito le había entregado en forma de pitillo para aspirar la droga. “Las damas primero” dijo Juanito. Omaira, con el billete, aspiró por su fosa derecha una línea, y con la izquierda otra más. Juanito hizo lo mismo. A los tres minutos Omaira le realizó el sexo oral a Juanito, quien después emprendió su camino. Omaira se quedó con el billete de cinco dólares.
Una respuesta
Omaria se paró de nuevo en la habitual esquina, a las afueras de “Sodoma”. La droga la había alterado mucho y se sentía un poco paranoica. Pensaba que en cualquier momento podría venir la policía o algún aprovechado. Al parecer no era la noche de Omaira porque tal como lo sospechó, sucedió. Una patrulla con dos policías pasó casualmente por “Sodoma” en ese preciso momento. “Documentación” le ordenó el policía. Omaira hizo caso. Pasaron unos minutos mientras uno de los policías verificaba los documentos de Omaira. Después llegaron los dos donde ella y le dijeron “Omaira Beatriz Castillo, al parecer tenemos un antededente de prostitución y porte ilegal de armas”. “Ay señor oficial eso fue hace mucho tiempo, estoy esperando a mi primita Sara que de aquí vamos a otro bar” le dijo Omaira. “Mejor dime una de vaqueros Omairita. Y no me interrumpas. Estaba a punto de decir que iba a tocar agregarle al registro consumo de drogas ilegales, o crees que no sé qué significa esa cara pálida, pupilas dilatadas y movimiento inquieto. ¿Qué propones que hagamos? Ilumíname. Omaira ya había entendido el código, el policía ya había roto el hielo. Era claro que quería un soborno. Ese “¿qué propones que hagamos?” o “¿cómo nos ayudamos?” ya lo había escuchado más de una vez por policías corruptos como él. Era ese el eufemismo para “dame mi cuota”. Omaira les entregó a los policías un total de 60 dólares, todo lo que tenía en su billetera, incluyendo el billete de 5.