Cuento final
Ese 30 de abril de 1988, Simona despertó y el fuego estaba consumiendo su apartamento. Corrió, entre las llamas y su hogar derrumbándose, al cuarto de Remi, quien lloraba a lo lejos. Por fortuna nada le había sucedido a su hermano menor. Abrió la puerta del cuarto, sólo para ver que no podía tomar el mismo camino de vuelta, había demasiado fuego y el humo los estaba asfixiando a ambos.
Entonces se asomó por su ventana, que quedaba en un décimo piso. Desde arriba podía ver a la multitud, gente gritando, otros señalando hacía arriba, bomberos moviendo sus brazos… todo era muy confuso. Remi estaba sentado al lado suyo, justo en el borde del marco de la ventana.
El fuego ya había entrado a la habitación, Simona sintió que las llamas quemaban su espalda y debido a un reflejo incontrolable, saltó al vacío. Remi la siguió. Mientras caían, durante los primeros milisegundos, la vista de ambos se nubló por completo.
Simona experimentaba el tránsito en su interior de una inusitada adrenalina que le hacía sonreír con sobrado alivio. Ella extendió los brazos y sólo disfrutó romper el aire mientras iba en picada. Pero Remi, cayendo, sentía una presión en el pecho y el cuello. La sensación de no poder respirar y la idea de la muerte le aterrorizaban y comenzó a llorar: cada centímetro que descendía, mayor fuerza imprimía al llanto.
Y vino el impacto. Cuando Simona despertó, vio todo blanco. “¿He muerto?” pensó en voz alta. Entonces alguien entró a donde estaba. “Está bien señora”, le dijo una enfermera, “fue una caída bastante larga la que tuvo que vivir, no me alcanzo a imaginar esa sensación. Ha estado inconsciente por unas horas. Su hermano también está en buen estado”.
“¿Dónde está Remi?” preguntó Simona angustiada. “Está en la habitación siguiente. Dentro de poco podrá verlo. El doctor está a punto de terminar. Por fortuna, las quemaduras que ambos sufrieron no fueron tan severas” comentó la enfermera. “Lo último que recuerdo fue saltar de un décimo piso. ¿Segura que esto no es la muerte?” dijo Simona.
La enfermera, con una sonrisa amable le contestó: “No, no está muerta, no se preocupe, eso se lo debe a los oportunos y calificados bomberos de la ciudad. Le salvaron la vida tanto a usted como a su hermano”. Simona explotó en llanto. “Mejor descanse, fue muy intenso lo que pasó. Buscaré al doctor, enseguida vuelvo” dijo la enfermera.
“No me dejes acá sola” contestó Simona. Sólo pensar que se había lanzado hacia la muerte, le causaba un sentimiento abrumador. Sin embargo, la compañía y la voz de la enfermera le dieron un poco más de tranquilidad. Cayó dormida cuando recordó que la vida le había dado la oportunidad de abrir otra vez los ojos… una segunda oportunidad.