Esta historia ha sido escrita hasta el momento entre Hildegar, Valentina Solari, Sandro Vergara y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Invéntale un final.
Todas las entradas se habían agotado, apenas en la pre-venta, las filas para adquirirlas parecían no tener fin. La publicidad fue escasa, bastó un anuncio de tres segundos en la televisión local solo una vez. En el anunciando se dio a conocer el día, la hora, el lugar y la fecha de la pre-venta para el gran evento de Rock de los Twetony. Desde ese momento, quienes vieron el anuncio activaron todas las redes sociales desde Facebook hasta Twitter, invitando al concierto.
Tres días antes del gran día del concierto los jóvenes y no tan jóvenes ya estaban haciendo filas para entrar al estadio de fútbol Maracaná de la ciudad de Rió de Janeiro, Brasil, donde se realizaría el gran evento. Tres días antes ya se habían instalado carpas, tarantines, colchonetas y toda clase de albergues improvisados para protegerse del sol, la lluvia y hasta del el frío por las noches… hasta el día del gran evento. Toda la fila de más de 300 metros lucía multicolor.
Los vendedores ambulantes, mendigos, carteristas y toda clase de mal vivientes no se hicieron esperar. Toda la gran Rua profesor Eurico Rabelo y sus al rededores se convirtió en un gran aparcadero donde los autos se ubicaban de manera desordenada y de los cuales salía música estruendosa de todos los ritmos a mas de 100 decibeles. El olor a fritanga mezclado con humo de cigarrillo, licor y otros productos parecía constituir un cóctel ideal para activar feromonas en aquel río humano.
El tan esperado día había llegado, las taquillas para recibir las entradas se abrieron a las 7:45 minutos de la noche. Una noche con una luna llena que parecía un gran reflector, dispuesto como a propósito para alumbrar al estadio. Todos tenían que mirar hacia arriba para contemplarla, no podía pasar desapercibida. A esa hora los gorilas (hombres altos, robustos de gran estatura, fuertes y con expresión de coraje en sus rostros), ya a se habían apostado en las puertas de entradas del estadio ataviados con pantalón, sudadera y cachucha de color negro y en su espalda un letrero de color amarillo que decía: SEGURIDAD. En su cintura un mazo que los envestía de autoridad y en su mano derecha un detector de metales.
Cuando comenzaron los Twetony, inició el pandemonio. Una demencia colectiva que brotaba con furor y vida. Unos balones inflables con forma de ojos cayeron del cielo, fuegos artificiales inundaron el panorama y las caras de las personas ya no eran las mismas. Había ocurrido una transformación. En medio del desenfreno, un grupo de jóvenes empezaba a causar revuelos. Los gorilas no se hicieron esperar para intentar neutralizar el ambiente. No obstante, el frenesí era demasiado. Las metanfetaminas hacían de las suyas y la situación se tornaba fuera de control.
Los guardias de seguridad se vieron obligados a usar la fuerza, estrategia que les resultó a la inversa…
Una respuesta
Entre el forcejeo y la violencia, un halo de luz, como si fuera una estrella que cayo del cielo se entremezclo entre la gente y se metió en los cuerpos de los gorilas, lo que causo que al instante sintieran un intenso amor por hombres y mujeres. Estos enormes hombres, bruscos, violentos y feroces, de pronto se transformaron en seres sensibles y cariñosos, y empezaron a abrazar y a acariciar con ternura a todas las personas que se cruzaban a su paso.