Cuento final
Cuando Silvestre era un niño, lo que más amaba era jugar en la lluvia. Su tía Mercedes, con quien vivía, se lo tenía prohibido del todo, preocupada porque le diera un resfriado. Sin embargo, esto a Silvestre no le importaba, o, para ser más precisos, no era que le creyera mucho a su tía. Él, rebelde de nacimiento, estaba convencido de que todas esas advertencias de los adultos eran historias que les hacían creer a los niños para mantenerlos controlados. Lo irónico fue que nunca se enfermó por causa de jugar a la intemperie mientras llovía.
Cuando ya era un adolescente, los intereses de Silvestre eran otros. Ya no solía salir a la calle cada vez que llovía, pero sí le gustaba asomarse desde la ventana de la sala de su casa y ver las gotas caer por doquier. Cada vez que hacía esto recordaba su infancia y la sensación de millones de gotas cayendo sobre su cuerpo. Recordaba que esa sensación era como una especie de cosquilleo incesante que le causaba escalofríos, de los buenos, por todas partes, pero sobre todo en la cabeza. Una vez la lluvia cesaba, Silvestre abría la ventana y respiraba profundo para sentir el aroma fresco que hay después de que llueve.
Desde que tenía uso de razón, los ciclos lluviosos en su pueblo eran constantes. Es decir, era prácticamente un hecho que los meses entre abril y junio y aquellos entre septiembre y noviembre eran lluviosos y los demás meses no caía ni una sola gota del cielo. De repente un año no llovió. Ese año se registraron temperaturas altísimas que cobraron la vida de muchos por deshidratación y los lagos y ríos descendieron a unos niveles nunca antes vistos. Silvestre extrañaba la lluvia como nunca y todas las noches le rezaba a dios para que volviera.
Fue al año siguiente que todo lo que Silvestre relacionaba con la lluvia se modificaría. Sus plegarias fueron escuchadas, pero no de la forma que él se esperaba. Ese año ocurrió todo lo contrario a lo que había sucedido el año anterior y la larga época sin lluvia fue reemplazada por una larga época de lluvias fuertes. Los niveles de los cuerpos de agua aumentaron de forma exorbitante, causando el desbordamiento de los mismos en varias partes del país y la inundación de miles de lugares habitados.
El pueblo de Silvestre fue uno de los afectados por esas lluvias inusuales y a él le tocó ver como el agua se llevó todos sus recuerdos, todo lo que amaba, incluso a su tía que no soportó el dolor de perder todo y falleció. A Silvestre, junto con muchos de los de su pueblo, le tocó reubicarse en alguno de los pueblos o ciudades aledañas. Ahora cada vez que escuchaba gotas caer, ya no veía niños divirtiéndose en la lluvia, si no imágenes de inundación y de tragedia. Esa experiencia había causado en él una fobia a la lluvia que no podía evitar, pero muy en el fondo, sentía nostalgia y la necesidad de reconciliarse con ella.
Silvestre se fue de viaje durante muchos años, conoció lugares impresionantes, recorrió el mundo conociendo gente y fue en busca de lluvias distantes. Todas esas lluvias fueron diferentes, algunas venían con tormentas, otras eran fríos aguaceros, algunas eran cálidas y débiles. Ese tiempo le sirvió para reencontrarse, solo en el mundo, reencontrar su vida y sus recuerdos.
Una noche tuvo un sueño donde veía a su tía caminar por un sendero de violetas, la tormenta se acercaba así que corrió hasta el final buscando algo que no supo qué era. Silvestre corrió, encontrando al final del sendero su casa de la infancia, su lugar. Al otro día emprendió un viaje hacia el pueblo que había dejado. Al llegar, lo recorrió como en uno de sus tantos viajes, como cuando sólo era un niño. De esta manera, Silvestre grabó recuerdos nuevos y llenos de alegría, sin volver más a su vida de viajero y buscador de aguas nuevas.
Una respuesta
Muy lindo cuento, me gustó mucho.