Para hoy, algunos consejos de escritura de algunos de los pesos pesados de la literatura latinoamericana y universal, tomados de distintas entrevistas:
Gabriel García Márquez
“Una de las cosas más difíciles es el primer párrafo. Me he pasado meses en el primer párrafo, y una vez que lo obtengo, lo demás fluye fácilmente. En el primer párrafo debes resolver la mayoría de los problemas de tu libro”.
“La estructura es un problema puramente técnico y si no la aprendes temprano nunca la aprenderás”.
“Traté de contar la historia sin creer en ella —descubrí que lo que tenía que hacer era creer en ella y luego escribirla”.
“El punto que quiero hacer es que estos escritores jóvenes están gastando su vida escribiéndole a los críticos en vez de trabajando en su escritura. Es mucho más importante escribir a que escriban de nosotros”.
“Estoy en contra del concepto que mantiene que el acto de escribir debe de ser un sacrificio, y que entre peores las condiciones económicas y emocionales, mejor es la escritura. Creo que debes de estar en un buen estado emocional y físico. La creación literaria para mí requiere de buena salud”.
“Ya que no soy un gran intelectual, encuentro mis antecedentes en cosas de la vida diaria, en la vida, y no en las obras maestras”.
“La inspiración es cuando encuentras el tema adecuado, uno que realmente te guste; eso hace que el trabajo sea más fácil. La intuición, que también es fundamental para escribir ficción, es una cualidad especial que nos ayuda a descifrar qué es real sin necesitar conocimiento científico o cualquier otro tipo de aprendizaje especial… Es una forma de tener experiencia sin tener que luchar con ella… Básicamente es lo contrario de la intelectualidad, que es probablemente lo que más detesto en el mundo –en el sentido de que el mundo real se convierte en una especie de teoría inamovible”.
Julio Cortázar
“Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes… no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable”.
“El cuento es “…una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia”… “Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el “clímax” de la obra, en una fotografía o en un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos”.
“Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran, y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos”.
“En literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema”. “Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka”… “Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores”.
Jorge Luis Borges
“Antes de haber escrito una línea, yo sabía, de un modo misterioso y, por eso mismo, indudable, que mi destino era literario. Lo que yo no supe al principio es que, además del destino de lector —que no me parece menos importante que el otro— tendría también el destino de escritor”.
“Creo que cada año uno oye cuatro o cinco anécdotas muy buenas, precisamente porque han sido trabajadas. Porque es un error suponer que el hecho de que sean anónimas signifique que no hayan sido trabajadas. Al contrario: creo que los cuentos de hadas, las leyendas, incluso los cuentos verdes que uno oye, suelen ser buenos porque, a medida que han pasado de boca en boca, se los ha despojado de todo lo que pudiera ser inútil o molesto. De modo que podríamos decir que un cuento popular es una obra mucho más trabajada que un poema de Donne o de Góngora o de Lugones, por ejemplo, puesto que, en el segundo caso, la obra ha sido trabajada por una sola persona, y, en el primero, por centenares”.
“No, nunca pensé en escribir novelas. Yo creo que si yo empezara a escribir una novela, yo me daría cuenta de que se trata de una tontería y que no la llevaría hasta el fin. Posiblemente esto sea una invención de mi haraganería. Pero creo que Conrad y Kipling han demostrado que un cuento corto -—no demasiado corto—, lo que podríamos llamar long short story, puede contener todo lo que contiene una novela, con menos fatiga para el lector”.
“La ventaja esencial que le veo es que el cuento puede ser abarcado de un solo vistazo. En cambio, en la novela se nota más lo sucesivo. Y luego está el hecho de que una obra de trescientas páginas no puede prescindir de ripios, de páginas que sean meros nexos entre una parte y otra. En cambio, en un cuento, todo puede ser esencial, o más o menos esencial, o —digamos— puede parecerse más a lo esencial. Creo que hay cuentos de Kipling que son tan densos como una novela, o de Conrad, también. Es verdad que no son demasiado cortos”.
“Es que la obra de un escritor está hecha de haraganerías. El trabajo esencial del escritor consiste en distraerse, en pensar en otra cosa, en fantasear, en no apresurarse para dormir, sino imaginar algo… Y luego viene la ejecución, que ya es el oficio. Es decir, no creo que sean incompatibles las dos cosas. Además, creo que cuando uno está escribiendo algo más o menos bueno, uno no lo siente como una tarea, lo siente como una distracción. Una distracción que no excluye la inteligencia, como tampoco la excluye el ajedrez, que me agrada mucho y que me gustaría saber jugar —siempre he sido un mal ajedrecista”.
“Yo le aconsejaría a ese joven imaginario que estudiara los clásicos; que no tratara de ser moderno, porque ya lo es; que no tratara de ser un hombre de otra época, de ser un clásico, porque, indudablemente, no puede serlo, ya que irreparablemente es un joven del siglo XX. Y luego, al cabo de un tiempo, le aconsejaría también el estudio de los clásicos de nuestra lengua”.
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