Cuento en construcción
Todavía falta un poco para la conclusión de esta historia hecha hasta el momento entre Angélica Kovac, Karol y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. La narración surgió de la fotografía. Este ejercicio está abierto de forma indefinida y una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos.
Los carteles del teatro bar eran muy coloridos, en amarillos furiosos y verdes que hablaban de emociones extremas. Era el típico lugar de Nueva York, al que era lindo ir, pero el problema era que hacer para entrar y con quien. Parecía una pesadilla, el GPS la había guiado hasta la puerta y había unos muchachos en la entrada con cara de pocos amigos, charlando vaya uno a saber que, mientras adentro sonaban los hermosos sonidos de un saxofón.
Era imposible pasar por la Gran Manzana y no pasar por “Siglo XXI” y eso era precisamente lo que María intentaba hacer. O sea, tomarse una copa mientras esperaba a su amigo, que como siempre hacía, estaba tardando en llegar dejándola sola en semejante oscuridad. La duda comenzó a incomodarla, si entraba sola no sabía con quien se encontraría y si seguía esperando a Javier la ansiedad la terminaría matando.
Como ya no fumaba, buscó en el fondo de su cartera unas pastillas que la sacaban del apuro en estos casos. Iba tanteando cajitas, documentos, una billetera, pinturas para retocarse el maquillaje (que no usaría pero era bueno tenerlas por las dudas). Pero las pastillas de menta no aparecían, ni en los bolsillos externos, ni en el interno, tampoco.
“¡En la guantera!”, se le ocurrió. Era cuestión de revisar una y otra vez, pero un “toc toc” en la ventana de su auto, que estaba estacionado en la parte más oscura de la cuadra, la dejó sin respiración y por unos segundos se sintió tan paralizada que no podía ver aunque miraba fijo a la persona. ¿Quién sería ese individuo cuyos rasgos no reconocía del otro lado del vidrio?
Bajó la ventanilla lo justo para poder verle y hablar. Sus rasgos le dieron escalofríos de inmediato. “¿Maria?”, preguntó el extraño individuo. “Si”, dijo Maria sin mucho convencimiento. “Javier te espera dentro. Acompáñame”. Maria no presintió nada bueno. El tipo permanecía inmóvil, mirándola fijo a los ojos. “Un momento, tengo que hacer una llamada rápida”, contestó ella. El número de Javier estaba apagado o fuera de cobertura…
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Aunque nada daba a entender que su presentimiento fuera acertado, María sintió un escalofrío que recorría su cuerpo lentamente, y casi llegó a disfrutar esa caricia de temor creciente. Así decidió descender del automóvil, sin pensar siquiera en nada, deteniendo su mirada en los rasgos del individuo que la incitaba a acompañarlo. Inmediatamente notó que, si bien el rostro que observaba era sumamente peculiar, transmitía una cierta paz, un dejo de duda, una intriga creciente por saber… lo que fuera que él quisiera transmitirle.
Finalmente, y sin darse cuenta, atravesó la puerta del teatro, y para su sorpresa notó que el personaje que la acompañaba la llevaba fuertemente tomada de la mano, como intentando impedir que María intentara cambiar el destino de sus pasos.
El trayecto fue corto, tachonado de voces fugaces y miradas esquivas; el olor del tabaco impregnó sus pensamientos, llevándola a una sensación de mareo y dejadez que nada tenía que ver con lo que realmente sentía. Pronto se encontró sentada en una mesa pequeña, rodeada de una profunda oscuridad. Y frente a ella, una extensa sonrisa sin rostro comenzó a tomar forma…
Los rasgos le resultaron incómodamente familiares pero no podía apartar su mirada de ellos. Volvía aquella sensación de obsesiva contrariedad al no poder reconocer lo que había de familiar en ella. Era como cuando buscaba la palabra justa que luchaba por abrirse paso en los entresijos de su mente sin conseguir que saliera a flote. Siempre que esto le ocurría en su cita semanal con el Dr. Poliakoff le invadía una angustia que la llevaba a levantarse del diván y que solo las palabras de aquel conseguían calmar. La sonrisa se transformaba ahora en una mueca socarrona que parecía disfrutar de su malestar. María no conseguía discernir si era un hombre o una mujer quien se escondía tras ese rostro maquillado en exceso. Y tampoco pudo hacerlo cuando el foco de luz se abrió y dejó mostrar el cuerpo que acompañaba a ese rostro y que se deslizaba ahora por una barra cuyo reflejo dorado hería sus pupilas