Esta historia fue escrita entre Úrsula Melgar, Valentina Solari y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. Una vez termines el texto, dinos como te pareció el resultado.
Para Lola, la fecha más divertida del año era Halloween. Todo el mes de octubre, se la pasaba planeando de qué se disfrazaría para la gran fiesta de disfraces a fin de mes, en el bar de moda de la ciudad. Ya en un par de ocasiones, le habían arrebatado el premio mayor de sus manos.
Un infiltrado había esparcido la idea de disfraz de Lola de ese año y la información cayó en posesión de una imitadora, que además era amiga del dueño del bar de moda en la ciudad. Por supuesto, el premio de mejor disfraz fue para ella. Pero este año, por ningún motivo se le iba a escabullir el reconocimiento, que usualmente venía acompañado de una gran suma de dinero.
Por ese motivo, no le comentó acerca de sus intenciones de disfraz a absolutamente nadie. El día de la fiesta, todos estaban ansiosos por ver el gran duelo de creatividad que se formaba todos los años. Ya estaban presentes un Frankenstein, un vampiro clásico y un hombre disfrazado de Iphone 6. Entonces entró Lola, con el disfraz más extravagante.
Esta vez, su disfraz era concretamente de vinilo. Consistía en una pieza negra con rayas blancas verticales que cubría totalmente su cuerpo. En las mangas y pantalones, anchos y llenos de líneas curvas, podía verse lo más abstracto del singular atuendo, que daba sensación de figura plana. El traje era más ancho por las piernas que por el resto del cuerpo.
A esa extravagante creación no le faltaban los complementos, ya que ocultaba su rostro con un típico sombrero chino del mismo material. Era negro y había, desde la cúspide hacia el exterior, una fina línea espiral blanca. También agregó a su disfraz unos guantes, cada uno de los colores que se apreciaban en su traje y un abanico negro que llevaba en la mano que vestía el guante blanco.
El público se quedó atónito. Había quienes, en medio de la expectación, daban comentarios positivos del disfraz. Lola echó un pequeño vistazo a la multitud. Vio cómo la usurpadora de su anhelado premio, disfrazada de vampiresa al estilo gótico, hablaba con el dueño del bar con suma preocupación. Mientras tanto, un antiguo amor de Lola, que no la había reconocido, se acercó a ella dispuesto a entablar conversación.
Sin embargo, ella no era muy amante de las causas perdidas, por lo que saludó de manera amable a Francesco y acabó la breve charla con la excusa de saludar a un grupo de amigas que acababa de ver. Y así estuvo toda la noche, recibiendo palabras de halago y respondiendo a ellos con un toque de humor… ¿Qué otra opción había?
Entonces el reloj marcó la hora esperada. Las dos finalistas, las sospechosas de siempre: Lola y la gata gótica. Las dos subieron a una tarima saturada de luces. “El premio, estimados asistentes a la gran fiesta, ¡es para la gata gótica! Hubo tres segundos de silencio… entonces alguien gritó: ¡Esto es una farsa! ¡El premio está comprado, es una farsa! La mayoría del lugar se unió a la protesta.
Varios empezaron a salirse del sitio, al evidenciar que el esfuerzo que habían empeñado en hacer sus disfraces había sido en vano desde un comienzo porque todo era un engaño. Fue en ese momento que el individuo a cargo del micrófono intervino un poco aturdido, como a quien le han dado instrucciones contradictorias. “Estimados asistentes, el jurado se ha reunido una vez más y ha decidido que en vista de la insatisfacción de su clientela con la decisión final, el gran premio era para Lola.