Este texto fue enviado por Isabel María Moya, una de nuestras participantes, y ella quiere que los usuarios de cuentocolectivo.com le inventen una conclusión. ¡Participa!
Ella se sentía segura con la inestabilidad de él. Él ansiaba su encuentro, pero siempre con la huída pegada a los zapatos.No compartían expectativas ni deseos idénticos, pero el punto de intersección era querer malgastar juntos el tiempo. No les importaba cuánto ni hasta cuándo. Allí gobernaba la caótica improvisación del día a día.
El equilibrio era imposible. Nadie les había enseñado a implicarse en un porcentaje sano. Pasaban del doscientos por cien a números rojos sin que hiciera mella en el ánimo de ninguno. Vivían en una vorágine de inseguridad y consuelo repartida entre dos.
La incontinencia de la implosión, la dicotomía de las intenciones y la ambigüedad de los gestos lo hacía arriesgado, distinto. No se dejaban abrumar por la siempre presente inminencia del final. Eso era lo que se les daba bien: jugar al escondite a tientas.
Tenían un contrato no escrito, no verbal y no legal firmado sin condiciones claras que los llevaría casi con total seguridad a un distanciamiento amargo y tajante. Lo que se avecinaba sería como un impacto a gran velocidad en el estómago. El escondite a tientas propiciaría un golpe seco que los dejara en el suelo, fríos, incrédulos, hipóxicos y sobre todo, solos.
Hasta entonces, felices e inconscientes, y solo por matar horas y kilómetros, seguirían prendiendo cerillas sentados en el bidón de gasolina…
Una respuesta
Y que arda en llamas. Las llamas espontáneas de la vida, más iluminadas y poderosas que nunca. Tantas leyes, acuerdos sociales, malditas convenciones; hoy hay otro equilibro en la balanza. Un nuevo paradigma se forja.