El libro “Cuadernos norteamericanos” de Nathaniel Hawthorne se trata de una recopilación de bosquejos de cuentos, frases, argumentos, proyectos, descripciones, etcétera, que fueron encontrados en los cuadernos de apuntes que llevó durante años este escritor norteamericano. El hallazgo fue hecho por la viuda de Hawthorne, quien fue convencida por el editor de su difunto esposo para que entregara a la editorial los múltiples cuadernos que éste guardaba. En palabras del prólogo del libro: “En total, Hawthorne llegó a redactar tres volúmenes de diarios. Los cuadernos norteamericanos, vineron luego los cuadernos ingleses y por fin los cuadernos franceses e italianos. El primero (American Notebooks) corresponde a los años en que Hawthorne vivía en los Estados Unidos”.
Jorge Luis Borges dijo que Hawthorne murió durmiendo y que tal vez por eso nos dejó la tarea de soñar. Las palabras a continuación son tomadas de este libro y la idea es terminar el proyecto de cuento de Hawthorne. Dice exactamente: “Un individuo, a fuerza de vivir entre personas que conoce desde su más tierna infancia, se vuelve a sus ojos, antes de haber alcanzado la madurez, un ser débil y sin brillo; en cambio, si se marcha a vivir a otra parte, da la impresión de recobrar toda la frescura de su juventud, cosa que él nota por las reacciones ajenas”. Ya antes habíamos hecho un ejercicio parecido, basado en otra de las ideas de Hawthorne en este libro. Este fue el resultado final.
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—«Un individuo, a fuerza de vivir entre personas que conoce desde su más tierna infancia, se vuelve a sus ojos, antes de haber alcanzado la madurez, un ser débil y sin brillo; en cambio, si se marcha a vivir a otra parte, da la impresión de recobrar toda la frescura de su juventud, cosa que él nota por las reacciones ajenas» —, concluyó la abuela Josefa—. Esta carta es un tesoro familiar, que conservamos desde los tiempos cuando tu bisabuelo llego de España, huyendo de la primera Guerra Mundial.
—Entiendo que a ustedes les haya servido como norma, lo que dice en ella, pero no veo la utilidad en estos tiempos, abuela —, dijo Maxi, rascándose la cabeza—. Ahora es diferente. Con los avances de las comunicaciones, la internet y todo eso, la cosa es mucho más fácil. Hasta para trabajar no tenemos que movernos de casa…es un lujo.
—Maxi, querido, es que debes pensar en tu futuro. Desde que tu madre murió, tu padre, tus hermanas mayores y yo no paramos de contenerte, cobijarte, mimarte, con la finalidad de evitarte el sufrimiento. Pero ahora, releyendo estas líneas, me doy cuenta de que en lugar de ayudarte, lo que hacemos es perjudicarte. —La abuela Josefa, se levantó de su poltrona y se arrimó a la ventana—. El camino está adelante, solo tienes que dar el primer paso.
—Abu, entiendo que desde los tiempos del bisabuelo, han tenido que emigrar de un lado a otro para encontrar la felicidad, pero yo no tengo ese problema todavía. Mis amigos están en este pueblo, mi familia está en este pueblo, mis difuntos también, así que no pienso ir a la capital ni a ningún otro lado. —Maxi le hablaba a la abuela mirando su teléfono móvil, esperando contactarse con su amigo Renzo, para combinar la salida nocturna de los sábados.
—No pienses que te vamos a abandonar, amor, solo te estoy sugiriendo que en la capital del país, hay mas oportunidades, para estudiar, trabajar, conocer gente con otros horizontes. Así lo hicieron tus hermanas, cuando se fueron a estudiar a la universidad con apenas dieciocho años—, dijo la abuela, subiendo un poco el tono de su voz. A ella era una de las pocas personas que Maxi escuchaba.
—No te preocupes, Abu, todo llega en su justo momento, y ni bien encuentre algo que me llame la atención en la gran ciudad, me largo para allá como un rayo. —El esperado tono le llegó al móvil, con la carita feliz de su amigo—. Hoy es noche de sábado abuela, noche de fiesta y alcohol, no le puedo fallar a mis amigos. Si quieres, el lunes seguimos con la charla, al fin de cuentas, no se por que se preocupan tanto por mi si recién tengo treinta años. —Besó con cariño a doña Josefa, y subió en su motocicleta para encontrarse con Renzo.
El domingo por la mañana, las sirenas de la policía y la de la ambulancia —las únicas dos que se conocían en el pequeño pueblo—, despertaron a todos los habitantes con angustia. Sabían que era señal de algún accidente, y todos tensionaron sus rostros…a quien le habrá tocado esta vez. Cuando llamaron a la abuela Josefa a reconocer el cuerpo, desfigurado por el golpe con una columna del alumbrado, los policías sabían que la escena no sería agradable.
Arrodillada en plena calle, bañada en lágrimas y dolor, Josefa acariciaba lo que quedaba de Maxi, su querido nieto, que la miraba con ojos indiferentes: «no era para que te lo tomaras tan en serio, amor mío, no tenías que hacer este viaje tan pronto, si apenas tenías treinta años».
Lance estaba harto de su ciudad. La quería desde el fondo de su corazón, después de todo, era la tierra que lo había visto nacer. No obstante, ya todas las calles le parecían iguales y hace algunos meses que su trabajo se había estancado. Aunque en el bachillerato había obtenido las mejores notas de su curso, por alguna razón a Lance la vida laboral no se le había hecho tan sencilla. Se sentía subvalorado por sus jefes y por sus conciudadanos. En casi nada le iba como quería, ni en el empleo, ni en el amor. Por suerte gozaba de buena salud.
Necesitaba un escape, por lo tanto, sacó del banco lo que le quedaba de sus ahorros y se fue al este del continente, a casa de su primo Gus, por unas semanas hasta que decidiera cuál sería su siguiente movimiento. En el este sentía un nuevo aire, todo era diferente. Se sentía joven de nuevo, revitalizado, las mujeres lo miraban de otra forma. ¿Qué sería?