El Eco Perdido del Alma

Imagen cortesía de Dino Reichmuth

Esa noche el frío llegaba hasta la médula y Alan planeaba irse a dormir en unos pocos minutos. Sin embargo, su gato Percy no aparecía por ninguna parte y a él no le gustaba dejarlo por fuera de su habitación de noche. ¿Que tal que alguien se lo robara o algún animal salvaje le hiciera daño?

“Percy… ¿dónde estás Percy?”, exclamaba Alan con una cierta melodía musical o como si estuviera cantando. Con su linterna señalaba a todos los lugares en donde era probable que Percy estuviera, sin ningún éxito. De pronto, un agudo chillido se escuchó del cielo.

Alan levantó la mirada hacia el cielo estrellado, tratando de identificar el origen de ese misterioso chillido. Parecía venir de algún lugar muy alto, como si una criatura alada estuviera en apuros. Percy, su inquieto gato, seguía desaparecido, y ahora una nueva preocupación se sumaba a su lista.

Decidió dejar la linterna en el suelo y se concentró en el cielo oscuro. La noche estaba despejada, y las estrellas brillaban con intensidad. Entonces, vio algo inusual: una pequeña figura voladora, como una especie de pájaro, pero mucho más grande de lo normal. Parpadeó varias veces, sin poder creer lo que veían sus ojos.

El chillido se volvió más fuerte, y la criatura descendió en picada hacia el jardín trasero de Alan. Con un golpe suave, aterrizó en el suelo. Era un ser extraño y hermoso, con plumas de colores iridiscentes y ojos grandes y curiosos. No era un pájaro, sino una especie de criatura mitad ave, mitad reptil.

Alan se acercó con cautela, temiendo que la criatura pudiera ser peligrosa. Pero en lugar de mostrar hostilidad, la criatura inclinó la cabeza y emitió un sonido suave, como un gorjeo amistoso. Alan se sintió intrigado y aliviado al mismo tiempo.

“Pareces estar perdida”, murmuró Alan mientras buscaba a Percy con la mirada una vez más. Todavía no había rastro de su gato, pero ahora tenía un nuevo enigma en sus manos.

La criatura alada se acercó a Alan y, con movimientos gráciles, sacó algo pequeño de su pico. Lo dejó caer a sus pies. Era una de las campanas del collar de Percy, la que siempre llevaba consigo. Alan la reconoció de inmediato.

“¿Percy? ¿Estás tratando de decirme algo?”, preguntó Alan, sintiendo que esta extraña criatura tenía algo que ver con la desaparición de su querido gato.

La criatura asintió con la cabeza, como si entendiera las palabras de Alan. Luego, emitió un nuevo sonido, esta vez más melódico y reconfortante. Parecía estar invitando a Alan a seguirla.

Sin dudarlo demasiado, Alan decidió seguir a la criatura alada. Sintió que esta noche, llena de misterio y sorpresas, tenía un propósito especial. No sabía a dónde lo llevaría, pero estaba dispuesto a descubrirlo y, con suerte, encontrar a Percy en el camino.

La criatura se adentró en el bosque cercano, moviéndose con una elegancia que contrastaba con la densa y oscura vegetación. Alan la seguía de cerca, sosteniendo la campana de Percy en su mano, como si fuera un talismán que lo conectara con su amigo desaparecido.

Mientras avanzaban, el aire parecía volverse más cálido, como si la extraña criatura hubiera abierto una puerta hacia otro mundo. El entorno empezó a cambiar: las sombras del bosque se suavizaron, y una luz tenue iluminaba el camino, proyectando un brillo suave en los árboles. Alan sentía que ya no estaba en su realidad cotidiana, sino en un lugar que desafiaba la lógica.

De repente, la criatura se detuvo frente a un claro rodeado de flores que jamás había visto antes. En el centro, sobre una roca, estaba Percy, acurrucado y tranquilo. Alan corrió hacia él, llamándolo con alivio.

“¡Percy, aquí estás!”, exclamó mientras lo levantaba en sus brazos. El gato maulló suavemente, como si nada hubiera pasado, sus ojos brillando con una serenidad inusual.

Alan miró a la criatura alada, que lo observaba desde el borde del claro. Parecía satisfecha, como si hubiera cumplido con su misión. Entonces, sin hacer ruido, se elevó de nuevo hacia el cielo, desapareciendo en la oscuridad como un susurro.

Con Percy a salvo en sus brazos, Alan sintió una profunda gratitud hacia aquella misteriosa criatura. Nunca supo de dónde había venido ni cómo había logrado llevarlo hasta su gato, pero sabía que había vivido algo extraordinario. Mientras caminaba de regreso a casa, con Percy ronroneando felizmente, Alan no pudo evitar sonreír.

Aquella noche, el misterio del bosque se había entrelazado con la magia de las estrellas, y aunque no podía explicarlo, supo que su conexión con Percy era ahora más fuerte que nunca, como si ambos hubieran compartido un secreto antiguo, guardado en el silencio de la noche.