El poder de la palabra

 


En 1980, Muhammad Ali, ya retirado de su carrera deportiva, tomaba un café en un pequeño establecimiento ubicado en la décima avenida de Nueva York. De pronto, para su sorpresa, ve entrar a Smoking Joe Frazier, -su rival varios años atrás, el primero en vencerlo- a la tiendecita.

A Ali se le vinieron muchos recuerdos a la cabeza, aquellos de sus años de gloria. El flujo de reminiscencias terminó con el recuerdo del gancho izquierdo de Frazier en su quijada. Miró a Frazier de nuevo y este ya, desde lejos, se había percatado se su presencia. Ali lo saludó y lo invitó, con un gesto, a sentarse en su mesa.

Sin embargo, Joe Frazier frunció el ceño, se sentó en una silla que le daba la espalda a Muhammad Ali, y continuó leyendo el diario que estaba leyendo y tomándose su café. Alí se sintió insultado. Entonces se acercó a la mesa en la cual estaba Joe y le tocó el hombro. “Oye hermano, te estaba llamando. ¿Acaso no me viste?” dijo Muhammad Ali.

“Sí vi, pero decidí ignorar tu saludo. Y no soy tu hermano” respondió Frazier. “Sugiero que te tranquilices. Es sólo un deporte. No tiene por qué volverse personal” comentó Ali. “Fuiste tú el que lo volvió personal con esa lengua sucia” dijo Frazier. En ese momento Ali recordó como en las ruedas de prensa, solía humillar a su oponente al burlarse de su físico y compararlo con un gorila.

“Ahora si me disculpas, quisiera un poco de privacidad” concluyó Frazier y una vez más le dio la espalda a Ali. Ali hizo tal como se lo pidió su viejo oponente y se fue a casa con la certeza de que a Frazier los golpes más duros se los había dado no con los puños, si no con la lengua, y que eso le había costado su amistad para siempre.

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