Cuento final
Acabábamos de salir del funeral de Bernardo. Estábamos bastante contentos. Ahora sí podríamos querernos como él lo había deseado. Era un buen tiempo. Estábamos pensando en festejar con comida y buena música, algo entre amigos, lo de siempre.
A Bernardo le habría encantado eso, lástima que no pudiera estar presente. Recordar a Bernardo me hacía pensar en caídas libres y aventuras, quizá por eso su funeral fue tan especial. El funeral había sido como su vida: toda una aventura repleta de cariño, en especial entre Misael y yo.
Él siempre nos decía: “el día de mi muerte no quiero que nadie esté triste. Ese día quiero que me velen con alcohol y con máscaras… que las melodías y tambores de mi caribe se oigan fuerte. Quiero que todos bailen y festejen mi partida. Nada de lágrimas ni rituales deprimentes e incómodos”.
Y así fue. Sin embargo, no puedo negar la falta que me va a hacer su presencia. Él era un ser maravilloso que contagiaba a todos con tu espíritu libre, excéntrico e irreverente. Es algo irónico que tal vez esas mismas cualidades fueran en parte culpables de su partida.
¿Por qué será que los más creativos, los más inteligentes, suelen ser los más autodestructivos? Recuerdo una frase que alguna vez escuché: “La ignorancia es bendición”. Creo que el mundo puede ser un lugar cruel y que para muchos percibir la realidad de forma clara todo el tiempo puede ser un martirio.
Es una pena que en la mayoría de casos como este, el remedio termina siendo peor que la medicina. De todas formas, ya Bernardo es cenizas, un recuerdo, un buen recuerdo. Donde quiera que esté, espero que esté gozando y riendo como sólo él sabe. Chao Bernardito, te amamos, te extrañaremos mucho y el día de hoy, como tú quisiste, seguiremos hasta que salga el sol, celebrando tu partida.