Cuento final
Este cuento fue realizado entre Patricia O, Anuán Checa, Juanse Gutiérrez, Nedda González Núñez, Fabiola, Adriana De León Martínez, Eglee García, Enrique Castiblanco y la edición de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado?
Estaba cansado de su vida gris, de las responsabilidades infundadas, de las cadenas diarias y de la soledad. Necesitaba un respiro en su vida, nuevos bríos, renovadas ilusiones aunque resultaran locas. Pensaba esto frente al espejo, ya a punto de salir para el trabajo. De repente se quitó el uniforme, se vistió de calle y sacó la vieja bicicleta llena de telarañas encerrada en el closet. Ya en la calle, comenzó a pedalear hasta perderse en caminos inventados mientras iba soltando lastres detrás de sí. Respiró el aire limpio y fresco de ese camino desconocido, se dio el gusto de manejar sin tomarse del manubrio y, extendiendo los brazos, empezó a imaginar colores vivos mientras miraba hacia el cielo con los ojos cerrados y una sonrisa nueva en la cara.
Entonces abrió los ojos y agarró de nuevo el manubrio para darse cuenta de que estaba en el comienzo de una bajada empinada y a una velocidad relativamente alta. Intentó usar el freno, sin embargo, este parecía no reaccionar. “¿Y ahora qué?” pensó. Intentó buscar el mejor lugar dónde caer, pero era inútil, la velocidad ya era demasiada para planear la caída. Se lanzó hacía el lado derecho y se revolcó en el suelo varios segundos antes de estrellarse contra un árbol y quedar inconsciente. Cuando despertó, estaba solo, confundido y en la oscuridad.
Esa oscuridad en cierto modo le arropaba y le susurraba su situación actual. Hizo fuerza por aclarar ideas. Una vez dispuesto, acercó la mano para examinar la zona del golpe y se alivió al comprobar que no sangraba. De todas formas no se fiaba y deseaba ir a un lugar con más luz y gente. Que sorpresa la suya al comprobar que la bicicleta ya no estaba. Se aseguró, miró por todos lados, y hasta que no maldijo con sinceridad de justicia no se convenció de que, probablemente, la bici había sido robada. Marchó por el camino de vuelta mientras pensaba que no sólo le habían robado, sino que encima, no lo socorrieron.
Pronto la oscuridad se fue acrecentando, tomando una densidad extraña que parecía aislarlo de todo sonido y de todo contacto con el mundo real. Allá, en lo más alto del camino, una luz como de faro, extrañísima porque el mar estaba a varios kilómetros, giraba, apareciendo y desapareciendo de su campo visual. Esto lo atraía hacia lo desconocido, disparaba su adrenalina y hacía latir su corazón a mil.
Débil por el golpe, caminó despacio y adolorido, atraído por la luz como un insecto, tambaleándose a cada paso. Luego de varios minutos le parecía ver más cerca la luz del faro y casi podría vislumbrar la silueta de aquel extraño lugar, aunque la llegada pareciera interminable. Sabía que la llegada a aquella luz era el único camino y la única respuesta al extraño evento ocurrido. “¿Cómo había llegado ahí?” se preguntaba una y otra vez, no recordaba en su vida ninguno de estos caminos.
Continuó caminando a paso lento por el sinuoso camino recubierto de piedras. La cabeza le estallaba y la intermitente y poderosa luz del faro, lo cegaba de una forma casi dolorosa. Luego de un recorrido que le pareció interminable, se encontró a escasos metros del faro. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que en la puerta de entrada, estaba su bicicleta, con la rueda delantera rota y el manubrio torcido, producto de su accidentada caída. Sintió furia en su interior. ¿Quién pudo haber decidido traer su vieja y rota bicicleta a través de un camino tortuoso pero dejarlo a él herido e inconsciente en el medio de la nada? De verdad quería conocer a ese individuo y dejarle claro lo que pensaba de su actitud.
Sin que tuviera tiempo para reaccionar, la puerta del faro se abrió. Un hombre alto y fornido, de cabellos canos y mirada tranquila, le dijo: “Pase, lo estaba esperando. Le daré de comer y curaré sus heridas”. “¿Usted me dejó inconsciente y prefirió traer mi bicicleta?”. “Tenía que prender el faro. Además me di cuenta que sus heridas no eran graves y estaba seguro que encontraría el camino hasta aquí. Para recibir ayuda, lo primero es ayudarse a uno mismo ¿No le parece? Como verá Usted, no me he equivocado en mi apreciación”. No supo qué responder.
Pocos recuerdos tendría de esa noche. No sabría decir con certeza de qué hablaron o lo que comió. Cayó pronto en un rápido, tranquilo y muy reparador sueño. A la mañana siguiente, al despertarse, estaba solo. No había ni señales de la presencia del misterioso hombre. Las heridas ya no estaban y hasta el dolor de cabeza había desaparecido por completo. Afuera, junto a la puerta, esperaba la bicicleta, más nueva que nunca, como si el accidente y todo lo ocurrido el día anterior, jamás hubiera pasado.
Se subió a su bicicleta y comprobó que todo estaba bien y que los frenos respondían. Como suponía, todo estaba perfecto. El cálido sol fue su único compañero en el viaje de regreso. ¿Habría acaso experimentado un extraño sueño nada más? Jamás lo sabría pero en su corazón guardaba la esperanza de reencontrarse algún día con aquel misterioso hombre, buen samaritano, que le auxilió, confortó y reparó su vieja bicicleta. Su vieja bicicleta y él, habían vivido un misterio, pero extrañamente, se sentía en paz.