En medio de la tranquilidad y aromas exquisitos: la muerte

Sólo la falta el título a esta historia que ha sido escrita hasta el momento entre Paula Rivero, SKL, Liliana Vieyra Tanguy y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. 

flores

Eran las 5:40 a.m., todos en el pueblo apenas despertaban. El agua estaba más calmada que nunca. Renzo, ya acostumbrado al aroma de las flores, entonaba algunos de los cantos de sus ancestros. Remaba lentamente río abajo, acunado por el ritmo suave de las ondas, pero atento a los signos de los primeros despertares en aquella mañana de abril. Su vida era eso, el río y la canoa.

Las tres cuartas partes de las flores que llevaba eran para la boda de Marina, la dueña de la hacienda cercana. El resto de su cargamento serviría para adornar la capilla, pues era día de la santa patrona. Por otra parte, estaba contento también porque llevar esa carga le haría ganar algún dinero, que siempre viene bien. Sobre todo ahora que pensaba declarar su amor a la mujer que amaba. Con ese dinero compraría un anillo de compromiso y a lo mejor la próxima boda era la suya.

Sonrió alegre y siguió remando cerca de la orilla del río. Hacía calor y Renzo esperaba que las flores llegaran a su destino sin marchitarse. Las flores, hermosos ramos coloridos y perfumados, pensar que su madre le había dicho siempre que no se acercara demasiado a ellas. Siempre le hizo caso cuando pequeño, pero ahora, ya era todo un hombre, ¡si hasta pensaba en casarse!

De entre las rosas o los claveles empezó a escuchar un vibrante zumbido, de a ratos se apagaba y luego continuaba taladrando el silencio. Curioso, se acercó para ver qué era ese bichito bullicioso. Con sus manos separó los pétalos y las hojas de las flores. Como una saeta salió volando una abeja, giraba en círculos alrededor de él. Renzo casi pierde el equilibrio y cae al agua, pero sus años dentro de la canoa lo mantuvieron erguido.

El sol le impedía ver donde se había ido el insecto y casi no se dio cuenta cuando lo picó en la nuca. El agudo dolor de un estilete no lo dejaba pensar. Con las manos cargó agua del río y se mojo el lugar repetidas veces. Enseguida comenzó a hincharse, al rato no dolía tanto pero sentía que tenía clavado el aguijón. Todavía faltaba más de media hora para llegar.

Se sentó y dejó de remar. Comenzó a sentirse raro, como somnoliento. Notaba su piel tirante y comenzó a sofocarse. ¿Qué era esto? La vista se le nubló y lo último que vio fue a un enorme pájaro que lo miraba desde un árbol. Se desplomó entre las flores. En un instante más dejó de respirar.

La gente estaba intranquila y nerviosa, ¿qué le habría pasado al canoero? Todos los ojos estaban puestos en el agua. Allá a lo lejos divisaron la canoa llena de flores. Pero a Renzo no se lo veía. La canoa flotaba sin rumbo. Alguien fue hasta encontrarla, con gestos desesperados y gritos lejanos dio la terrible noticia: estaba muerto. Su cara estaba inflamada como un balón y sus labios resecos… todavía tenía los ojos abiertos en una mueca de terror. Su madre le había prohibido acercarse a las flores, para evitar las abejas. Era alérgico a su picadura y de niño lograron salvarlo pero esta vez, no pudo ser atendido a tiempo.

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