Escapando de la nostalgia

Cuento final

Este cuento fue realizado entre Luis A. Iglesias, Sebastián Bravo y la edición del Comité editorial de Cuento Colectivo. ¿Cómo te pareció el resultado?

Un muelle recorrido cientos de veces, en una monotonía infame de pasos desde la costa hasta ese preciso lugar de siempre, aquel donde la pequeña Marta detenía su andar y con ojitos traviesos pedía: “¿Acá, papito, les podemos dar de comer a las gaviotas?”. Entonces el ritual de los trozos de pan rebanados en pedazos lo suficiente pequeños para ser tomados por su pequeña manito, y lo suficiente grandes para que las aves pudieran tomarlos sin lastimarla.

Después, la milimétrica precisión de los movimientos de Martita: mano izquierda sosteniendo la bolsa, mano derecha tomando una rodaja por vez, sólo una. La primera gaviota volando rauda hacia el alimento y con un suave descenso y posterior aleteo, el alejarse vaya a saber a qué nido de rocas. Después el retorno al principio, retomando el mismo circuito hasta que, ya vacía de alimentos, la bolsa flamea en la despedida que acompaña a la diestra de la niña de sus “hermanitas del viento”, como ella llama a las aves.

Día tras día, al atardecer, la misma imagen, la misma secuencia de hechos que podría haberse prolongado por siempre, en una instantánea de felicidad apacible, sin sobresaltos. Llegó ese día en que Martita ya no acompañó el rutinario paseo. Pero el recorrido exacto continuó a la misma hora donde el sol ilumina apenas la superficie del mar de un naranja ígneo.

La imagen indeleble en su retina se proyectaba en ese mismo lugar, donde el viento traía esas mismas palabras y el eco de las olas y el graznar de las gaviotas repetían de forma incesante: “Acá… papito…”. La vida puede ser irónica y cruel. Deja memorias hermosas, para una eternidad… y en la realidad, quita de forma paulatina los objetos de esas memorias.

Cuando una locación tan sencilla como un muelle adquiere una connotación tan fuerte. Es decir: aquel lugar en el cual mi hija solía jugar con las gaviotas. Significa que es hora de escaparse lejos, de buscar nuevos significados. No se trata de borrar ni olvidar el pasado, si no de intentar sobrellevarlo, hasta el día que “papito” y Martita se puedan reencontrar.

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