Cuento en construcción
Este punto de partida fue propuesto por Patricia Hernández, una de nuestras participantes. Continúa la narración. Este ejercicio está abierto de manera indefinida y una vez sepamos el final le inventaremos títulos al mismo.
Todo transcurre como un día normal de mi vida, un día más. Pienso qué será de mi futuro… algo hasta el momento muy incierto. Sentada en mi lugar de trabajo, veo a la gente caminar, cada uno con su vida y sus problemas, sus emociones y felicidades, y yo ahí sentada sin acción alguna, viendo la vida pasar.
De repente una sensación psicotrópica captura mi mente. Algo extraño que nunca antes había experimentado, un estado de éxtasis completo. Tuve una lluvia de ideas increíbles…
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miré al techo absorta, y ví en el la viva imagen de un Pollock, no supe como, pero en ese preciso momento, comprendí el significado del arte. Ahí, con mis ojos mirando ese techo blanco, mi mente se llenaba con las pinceladas de un un Pollock que casi parecía vivo. Y me sentí parte de él. Y pude sentirme parte del cuadro mismo. Así era mi vida ahora, era yo, era el techo, era la gente que pasaba de prisa, era sus problemas, era mis ojos, era todo por separado a la vez. Y vino a mi mente esa idea, de que el mundo que estaba acostumbrada a ver a diario no existía, solo era yo, y yo, era todo lo que conocía…
De repente y sin saber como me encontraba en la calle en donde crecí, cuanto había cambiado, pocos rastros quedaban del tranquilo ambiente que arropó incontables jornadas de juegos, de risas, de llantos… de niñez. Emergieron del suelo como llamas voraces pinceladas de colores representando lo que alguna vez fue, aquel semáforo dio paso al majestuoso árbol bajo cuya sombra solíamos descansar, sus ramas, sus hojas, sus raíces, todo estaba allí, a su lado el edificio de oficinas volvió a ser la casa en donde vivía la primera persona de quien me enamoré, nunca olvidaré como cada vez que pasaba por ese lugar solía mirar con la ilusión de que estuviese allí, un solo saludo me alcanzaba para despertar en mi un nerviosismo que no creo haber vuelto a sentir. Todas las formas de aquella época estaban allí, con colores tan vivos que sentí quemaban mis ojos, no pude evitar mirar hacia donde alguna vez estuvo mi casa, el ahora restaurante desapareció para dar paso al lugar donde pasé los mejores años de mi vida, de pronto la puerta se abrió…
la puerta abierta, el tiempo manso, la duda, la ironía tardía y los incontrolables pensamientos hacían de cada minuto una sucesión temporal atroz.
Pollok y su expresionismo abstracto le resultaron ajenos tanto como la oficina y su elemental contexto, ese abrupto quehacer en su infancia habían trastocado la escasa dosis de cordura con la que transitaba los días de aquel diciembre, fútil era un término que recurría en su química cerebral. Dejó de soportar la melancolía como si se tratara de una pobre obra de teatro en la que se había visto obligado a actuar, no comprendía lo que pensaba aunque la existencia tenía ya algo de mágica inconsistencia.
Mis ojos se posaron en su figura esbelta por milèsimas de segundos. Volví a sentir esa exaltación que no sentía hacía tantos años. Pasaron muchas cosas por mi cabeza en tan poco tiempo, no sabía si esconderme, por un lado no quería que me viera, y por otro estaba disfrutando de la sensación que me causaba ver esa puerta abierta otra vez. Quedé paralizado unos instantes. Seguía en mis recuerdos, que me recorrían todo el cuerpo, que bella y singular sensación, no quería dejar de sentir esto que había estado tanto tiempo dormido.