Te invitamos a seguir esta narración que apenas comienza. Una vez sepamos el final de la historia le inventaremos títulos. El que hay en el momento es provisional. Puedes hacer tu aporte en la zona de comentarios de esta entrada o escribiendo a comiteeditorial@cuentocolectivo.com.
La labor periodística tiene algunas veces su recompensa, como cuando conocí a esta gitana pelirroja que se mofaba de los valores conservadores… gran semana aquella. O cuando pude levantar a una tortuga en la isla Gorgona que pesaba más de 60 kg, y luego descubrir cómo eclosionaban sus huevos y se dirigían a la playa. Pero en todos aquellos viajes me he ido ganando algunos enemigos. No es que me queje. Cada vez que escribes con honestidad y franqueza alguien se ofende. A veces personas acostumbradas a la mentira, otras veces personas que crearon esas mentiras. Hasta el día de hoy he recibido algunas amenazas, unas más serias que otras. Sin embargo jamás me había preocupado demasiado por ellas y se iban olvidando con el tiempo.
Aquella vida de aventura acabó hace algunos años, cuando supe que tendría un hijo. En ese momento comprendí que ya no estaba sólo y que mi autodestrucción no podía continuar. Después de dedicarme a escribir columnas de opinión que, aunque no ganan menos enemigos, son mucho más seguras, pensé que mi vida estaría medianamente resuelta y podría dedicarme a cuidar de él, de mí esposa, del jardín, y por qué no, de mí mismo también.
Que irónico… resultó que ahora no las busco, las noticias llegan a mí. Recientemente uno de mis jóvenes pupilos desapareció en medio de una intrincada investigación, no sin antes tener la delicadeza de llegar a mi casa empapado en sudor, con la mirada perdida y un cartapacio de documentos aparentemente inconexos. Su voz denotaba un absoluto terror, parecía no haberse bañado durante algunos días. Su cabello, usualmente bien peinado, estaba completamente revuelto y con unos movimientos discontinuos aparentaba la indigencia en su mayor expresión.
He visto esa mirada antes, la he tenido yo mismo. Es la obsesión por la verdad, la búsqueda por arrebatarle ínfimos territorios al olvido abnegado de la injusticia. Sabía bien que no estaba loco, e incluso de estarlo, la paranoia no es tan útil para ninguna disciplina como lo es para el periodismo. Dijo poco, pero fue suficiente para comprender que se había metido en un problema fuerte.
Partió con celeridad, tenía objetivos en mente y no quería permanecer en ningún lugar durante mucho tiempo. Al verlo llegar a la puerta, la corazonada de que no lo volvería a ver hizo estremecer mi corazón. Me acerqué a él como a un hijo y lo abracé. Su rostro casi se descompone de inmediato, su cuerpo entero tan rígido y tenso ahora parecía a punto de destilar. Giró sin decir nada, si perdía su compostura lo perdería todo, si se rendía ahora traicionaría sus convicciones y no podía permitirlo…