Texto escrito por Silas Correa Leite (poesilas@terra.com.br, www.portas-lapsos.zip.net) y editado por el Comité editorial de Cuento Colectivo. Para Fatoumata Diawara (Cantora Malinesa).
“Escribo porque tengo necesidad de cantar. Entre los beduinos, el camellero, cuando está solo en el desierto, canta. Yo estoy allá. Estoy solo y canto acerca de la vida, canto acerca de mí… Otros van a escuchar y, tal vez, canten también”. (Poeta Árabe Khalid Al-Maaly)
Comenzaste a cantar en las callejas, para recibir migajas, para llevar comida a casa. Eras un chiquillo, cantabas en bodas, bautizos, callejones oscuros, final de las calles y decías: -Señores, canto porque tengo hambre. Perdonen si mi canto es rudo, simple, amargo y triste. Si mi dolor entra en agonía y mi canto es melancólico, ustedes perdonen. Mi madre y hermanos necesitan comer. Podría yo morir, habría más comida para ellos, pero, ¿quién proveería la mesa, con el triste canto de un pardal callejero?
Todavía eras un chiquillo y cantaste en las calles, en las plazas; la voz de inicio flaca como lagartija, más el dolor engrosa la voz, afina el alma, tañe la tristeza. Y los sentimientos irrumpen como un canto de la Tierra de Guilgamesh Miren mis ojos, son tristes. Vean mi cara. ¿Tengo rostro de pobre? Pues soy miserable. Mi infancia, mi canto, mi voz sonando en los corazones, ¿qué es lo que dice? Mis ojos a veces están mareados mientras canto. Las personas no comprenden este dolor que siento. Yo soy esa voz, ese dolor, ese canto.
Una criatura que canta para que su familia no muera de hambre. No tengo dinero para comprar siquiera un tambor barato que me acompañe convertido en un corazón alegre. No tengo fuerza ni para batir las palmas a la par de mi canto. No tengo fuerza para estar de pie. Apenas soy un niño… más es mi canto que me sostiene; mi voz sustenta mi cuerpo flaco. Yo soy todo, esa voz que ustedes oyen. Algunos me miran tambaleantes, algunos sienten asco, como si yo fuese un leproso, algunos tienen miedo de mi tristeza y de mi miseria. Pero soy sólo un niño cantor de la calle. Perdonen mi canto, mi existencia dolorosa; preciso llevar algunas monedas a casa para poder loar a Dios antes de comer el plato de sopa de piedras.
Perdonen si mis lágrimas están en mis cantos, en mi ropa simple, en mis palabras. No puedo siquiera bailar una danza tribal; moriría de fatiga, no podría sobrevivir cantando y danzando. Por eso es que danzo con la voz; perdonen el tambor de mi corazón sufriente, perdonen a este niño hambriento que canta. Lleven mi canto a donde vayan: sus casas, palacios, iglesias y clubes. Y canten para mí también sus cantos, háganlo en mi nombre, en el nombre de aquellos que ustedes adornan con las luces del pesebre.
Todos los días la gente se aleja de la religión y va en busca del Dios verdadero, pero yo tengo hambre y sed y necesito las sobras que caen de sus mesas. Ustedes me pudieran ayudar; si no estuvieran atrapados en el lucro y su mercantilismo (y los dioses de ustedes, y las guerras de ustedes). Sé que a veces para los sabios, la fe remueve religiones, pero la única religión debiera ser el amor. Pero ¿qué es lo que un niño puede entender? Sino sólo cantar su angustia, su opresión, su dolor; el dolor que le ha sido dado y necesita sujetarse a ese dolor para sobrevivir, para llevar algún dinero a casa. Y decir a la madre abandonada; y decir a sus pobres hermanos esperanzados: Es mi sudor, es mi dolor, es mi sangre. Coman y beban de mí, de mi dolor, de mi amor, de mi fe. Y todos se alimentarán de mi canto en sangre. Y de mi amor labrado en agonías.